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Galicia, Galicia

ESTE PASADO sábado se publicaron en el diario El País los resultados de un nuevo sondeo sobre las elecciones autonómicas del próximo domingo y la única conclusión en firme que se puede sacar de los mismos, sin riesgo a equivocarse, es que Galicia sigue siendo un sitio distinto. Más allá de las intenciones manifestadas por los encuestados, que como hemos visto en anteriores citas con las urnas no tienen por qué coincidir con su decisión final como votantes, hay un dato que llama poderosamente la atención: el 92% de los participantes han declarado que la situación por la que atraviesa España puede considerarse como mala o muy mala, mientras que apenas un 48% de los mismos opina de igual modo sobre Galicia.

Esta aparente contradicción, especialmente peliaguda si se observa con ojos poco acostumbrados a la lluvia, el salitre y el licor café, me hizo recordar el maravilloso libro de Manuel Rivas, Galicia, Galicia, y en especial aquel episodio en el que un entonces preocupado Presidente de la Xunta, Don Manuel Fraga Iribarne, en paz descanse, encarga a su fiel y siempre optimista Víctor Manuel Vázquez Portomeñe una encuesta para conocer el sentir del pueblo gallego sobre su gestión. "Estupendos, Presidente", le avanza Portomeñe blandiendo una carpeta desde la puerta de su despacho, a los pocos días, "unos resultados estupendos". Con aquel estilo tan suyo de afrontar la lectura, levantado un poco la cabeza y con las gafas tan avanzadas que parecen a punto de despeñarse por el precipicio de su propia nariz, Don Manuel va comprobando de primera mano las opiniones recabadas y su alarma crece con cada página que pasa: las valoraciones son negativas o muy negativas en todos y cada uno de los asuntos planteados y, enfurecido, clava los ojos en la sonrisa de Portomeñe exigiendo una explicación sobre su insultante entusiasmo. "Fíjese en la última pregunta, Presidente: casi el cien por cien de los encuestados opina que no hay mejor lugar para vivir que Galicia".

Siempre que visito Barcelona suelo quedar para comer con unos cuantos amigos en Can Vilaró, un pequeño restaurante del barrio de Sant Antoni sin estrellas Michelín pero con Estrella Galicia, mi propio baremo para elegir dónde alimento cuerpo y espíritu por encima de los consejos interesados de una estúpida guía afrancesada y pueril. Casi todos ellos se declaran independentistas, favorables al proceso de desconexión con España, y a la hora de los cafés resulta inevitable que terminen interrogándome sobre cómo puede ser posible que los gallegos, nación de Breogán, no estemos alineamos con ellos y el pueblo vasco en la defensa del derecho a decidir. La respuesta es muy sencilla: hace mucho tiempo que los gallegos hemos decidido vivir no ya alejados de España, sino en otro planeta. Por no extenderme mucho en las explicaciones ni resultar descortés, les cuento que los gallegos no necesitamos pedir la independencia porque nuestro sentimiento nacional trasciende a cualquier planteamiento terrenal. En Galicia vivimos por encima y por debajo de lo que pueda decir un simple papel firmado por muy Carta Magna que se llame, de ahí que nadie sepa si subimos o bajamos: estamos donde queremos estar, que es precisamente donde estamos.

"España va mal", dicen los gallegos en las encuestas, "se hunde, se rompe". Pero la realidad, siempre tozuda en este rincón del noroeste peninsular, es que semejante sentencia parece preocuparnos entre poco y nada mientras Galicia siga estando como está. Lo cierto es que a nosotros nos preocupan cosas mucho más importantes como saber qué tiempo va a hacer mañana, qué orquestas actuarán este año en nuestras más de 17.340 fiestas registradas, los precios de la almeja, el pulpo, la patata, el grelo o el pimiento de padrón, a qué pueblos saludará Gayoso el próximo viernes en Luar… Tradicional y mayoritariamente, los gallegos votamos conservador porque no queremos que nada cambie y la mayoría de insatisfechos que reclamamos el cambio ni siquiera nos presentamos a votar, peculiares incluso a la hora de plantear la revolución. ¿Para qué cambiar si en Galicia comemos como los mismísimos dioses, bebemos como cosacos a precios módicos, nos atienden en el médico mal que bien y, por si fuera poco, tenemos el mejor semen de España, como apuntaba hace pocas fechas una prestigiosa revista en un estudio? Nos importa una concha de vieira que el resto del mundo nos considere un país, una comunidad autónoma o un universo paralelo pues como dijo una vez Manuel Jabois, "Galicia es una orgía".

El domingo iremos a votar con la camisa planchada, la conciencia tranquila y algo de resaca, como buenos gallegos. Salvo sorpresa mayúscula o pucherazo bolivariano, intuyo que volveremos a dar nuestro apoyo mayoritario al candidato del Partido Popular, ese invento de Manuel Fraga para influir de manera tan decisiva en la política española que nos permite a los gallegos seguir viviendo a nuestro aire, felices por pertenecer a un lugar llamado España pero que no es España como se refleja en los resultados de las últimas encuestas que, personalmente, me han parecido tan estupendos como al Vázquez Portomeñe imaginado por Manuel Rivas. El próximo lunes, se decida lo que se decida en las urnas, Galicia seguirá siendo un sitio distinto así que salud, tacón, tacón, punta y tacón.

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