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Esperanza

CREO QUE no exagero demasiado si afirmo que Esperanza Aguirre es la mayor superestrella del panorama político nacional, un auténtico animal de la escena, quizás el último gran coloso de esa inagotable tradición de cómicos que han endulzado los momentos de penuria a varias generaciones de españoles desde que Isabel dijo sí a Fernando. Dentro de muchos años, cuando todos hayamos muerto y engordado a varias colonias de gusanos, algún famoso crítico del futuro echará la vista atrás para confeccionar una lista y, entre los más grandes nombres de la comedia patria, brillará con luz propia el de Esperanza, la lideresa liberal.

Opino desde hace mucho tiempo que el mejor cine de este país se rueda en los diferentes parlamentos de nuestra geografía, así como en algunas salas de plenos, platós de televisión e incluso ruedas de prensa, a menudo sin más soporte técnico que una vulgar y cámara digital, un volquete de grabadoras bien dispuestas y cuatro románticos tomando notas a mano, en una libreta. No conozco a nadie que sea capaz de reproducir una sola escena completa de cualquiera de los taquillazos estrenados en nuestros cines durante la última década pero todos, sin excepción, recordamos con pelos y señales a Xosé Manuel Beiras con el zapato en la mano, a Mariano Rajoy calificando de "Ruíz" a Pedro Sánchez o al mismo presidente sentando cátedra con aquella afirmación suya de que "es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde". La magia del cine ha sucumbido al realismo mágico, ya lo avisaba Cunqueiro.

"Los sueldo de los políticos no dan para mucho, a pesar de lo que diga la gente, así que a donde podemos ir de compras es a esas tiendas como el Primark, que tiene muy buenos precios", afirmó la semana pasada Esperanza Aguirre durante una entrevista, contestando así a la polémica suscitada por unas imágenes de Soraya Sáenz de Santamaría entrando en la citada tienda mientras su vehículo oficial y el de la correspondiente escolta esperaban, aparcados, en un próximo carril bus. Pocos son los que, a estas alturas de la película, todavía dudan de que Esperanza y las polémicas de tráfico se han demostrado ingredientes básicos del humor moderno, una fórmula tan segura e imbatible que amenaza con perpetuarse en nuestro imaginario como Paco Martínez Soria y su boina o Andrés Pajares y Fernando Esteso rodeados de culos y pezones.

Si uno olvida que España sigue sumergida en una crisis económica que se ha llevado por delante el bienestar de cientos de miles de familias, la cosa tiene su gracia. Para ello debemos tener en cuenta que no es la primera vez que la Señora Aguirre recurre a sus estrecheces económicas para arrancarnos una sonrisa, todavía reciente el éxito de crítica y público cuando denunció la dificultad de calentar su palacete por la inusual altura de los techos, o aquella biografía autorizada suya en la que confesaba que no necesitaba hacer números para llegar a fin de mes pues, sencillamente, no llegaba. En un tiempo donde las autoridades parecen más alejadas que nunca de la realidad de la calle, a Esperanza Aguirre no se le caen los anillos por encabezar la indignación popular y gritar alto y claro que, con más de 90.000 euros brutos al año, aquí no hay quien viva.

¡Qué sería de España sin esperanza!, querido lector. Por eso conviene no mirar hacia otro lado ni dejarse llevar por la opinión sesgada de cuatro periodistas rojeras y pancartistas, enemigos reales de un pueblo que ha encontrado en ella la verdadera Esperanza, con mayúsculas, tan necesaria para sobreponerse al acoso diario de tamañas calamidades. Quién mejor para encabezar nuestra rebeldía frente a los desagradables designios del destino que una se- ñora capaz de evitar la muerte con apenas descalzarse, como cuando escapó por los pelos de aquel terrible atentado en Bombay o salió ilesa de un accidente de helicóptero junto a su más íntimo archienemigo. Salvando las distancias, e mí me recuerda la señora Aguirre a un personaje de Woody Allen al que la muerte sorprendía en bata de casa, una noche en que aprovechó la ausencia de un amigo que agonizaba en un hospital para llevarse una prostituta oriental al piso de soltero de este. El protagonista de la película tenía que renegar de las iniciales bordadas en la ropa de cama para burlar su fatal destino, algo que suele hacer Esperanza con las siglas de su propio partido cuando el viento sopla de frente y amenaza con desbaratar su siempre majestuoso peinado.

"Si el PP no se regenera, algo haremos", amenazaba recientemente Esperanza a los mismos que se empeñan en desoír las justas demandas de la clase obrera, ella que sufre como una más los rigores de la pobreza energética, las estrecheces propias de los trabajos basura y sus sueldos indignos o la dictadura asfixiante que ejercen sobre el débil algunos agentes de movilidad. De este y otros fascismos sabe mucho Esperanza, no en vano dijo en su día aquello de que "Franco era bastante socialista", otra muestra más del inconformismo de una musa de leyenda que pasea su liberalismo en coche oficial. A la espera de tan ansiada regeneración, Esperanza Aguirre ha llegado a nuestras vidas para reinventar el punk y salvarnos del aburrimiento, motivos más que suficientes para tenerla en nuestras oraciones y cantar sus alabanzas al ritmo de God Save The Queen.

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