Opinión

Mi vivencia del covid

Una sola vivencia o experiencia personal vale en ocasiones más que muchos estudios teóricos juntos. Es célebre el ejemplo atribuido a Bergson según el cual un simple paseo por las calles de París permite saber cómo es esta ciudad mucho mejor que el análisis detallado de todos los mapas y las guías de la capital francesa. En una línea similar se manifestaba nuestro Laín Entralgo, médico y filósofo, en su escrito ‘La enfermedad como experiencia’ (que leí tempranamente, a los trece años), y una de cuyas afirmaciones se me quedó grabada: la de que «sufrir una enfermedad permite conocerla mejor», como en el caso de Sydenham, «enfermo de gota y magistral descriptor de esta dolencia». A continuación cita al mismísimo Platón, quien en boca de Sócrates, en ‘La República’, indica que los médicos «alcanzarían su máxima habilidad… si hubieran padecido todas las enfermedades». Laín admite que, afortunadamente para los facultativos, estos pueden adquirir una experiencia válida a partir del trato con los pacientes, pero que «esa experiencia se hace más profunda y sutil respecto de las enfermedades» que ellos mismos han padecido.

Viene todo esto a cuento de que yo mismo, sin ser médico, pero habiendo escrito múltiples artículos acerca del covid-19 desde aquel ‘Prudencia frente al coronavirus’ del 4 de marzo de 2020 hasta el penúltimo del año pasado, titulado ‘Un fantasma llamado Ómicron’, he contraído finalmente la enfermedad. El lunes, 3 de enero, me hice un test de antígenos que resultó positivo. En principio, los síntomas son leves: escalofríos, elevación de la temperatura corporal, tos seca, cansancio muscular…Pero, como apuntaba más arriba con las citas de varios maestros del pensamiento, no es lo mismo hablar de algo o estudiarlo que simplemente vivirlo, como aquel paseo bergsoniano por París, aunque en este caso un tanto menos agradable. 

Gracias a mi propia decisión voluntaria de vacunarme cuantas veces se me requiriese, ahora puedo escribir mientras espero a que el ejército antivirus que obra en mi cuerpo gane la batalla

Sin embargo, la experiencia o vivencia que estoy percibiendo del covid confirma todos los puntos de vista que fui expresando a lo largo de mis textos: que, aún sin tratarse de la peste negra ni del ébola, este virus es, por su expansividad y su fácil contagio (ahora mismo estamos alcanzando cifras de récord) digno de respeto y de intervención temprana para evitar males mayores. Que el mejor antídoto que hemos podido lograr frente a él, aparte de la indispensable prevención (y yo he tenido de esta a raudales), es la vacuna, y que vacunarse es tanto un derecho individual como un deber social. Que no hay cabida en este tema ni para negacionismos ni para extravagantes teorías conspiratorias: por suerte la población española ha hecho oídos sordos a estos peligrosos cantos de sirena y ha acudido en masa a los puntos de vacunación. Y que todos, en este mundo globalizado, vamos en el mismo barco y que solo la difusión universal de los remedios terapéuticos y las vacunas nos sacarán de este bache sanitario en el que nos encontramos, sin que debamos mostrar confianza ni bajar la guardia antes de que, efectivamente, hayan llegado a toda la población del planeta. 

Ahora mismo en el interior de mi cuerpo se libra una batalla entre un virus que probablemente sea la variante Ómicron, con más de treinta mutaciones a su favor, y los anticuerpos de mi sistema defensivo natural (principalmente los glóbulos blancos denominados linfocitos y las células T), reforzados por la tercera dosis de la vacuna que he recibido hace apenas un mes. Doy por esto las gracias a los científicos que tan rápida y eficazmente han diseñado la vacuna, pero también a los sanitarios que han hecho un extraordinario esfuerzo por inocularla a la mayor parte de la población española vulnerable en muy poco tiempo, así como, por una vez y sin que sirva de precedente, a los políticos que al menos se han puesto de acuerdo en el plan de vacunación y lo han implementado sin demora.

Gracias a todos ellos —y a mi propia decisión voluntaria de vacunarme cuantas veces se me requiriese— ahora puedo escribir mientras espero a que el ejército antivirus que obra en mi cuerpo gane la batalla, y hago votos porque los medios para ganar esta guerra se extiendan de una vez a todo el mundo sin distinciones de raza o condición social y económica. Algo que se adquiere con el padecimiento de una enfermedad es, desde luego, el sentimiento de solidaridad con todos aquellos que la sufren y el agradecimiento a quienes hacen posible su alivio y su superación.

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