Opinión

La séptima ola de covid, una realidad desapercibida

La séptima ola del covid es ya una realidad en España pero, a diferencia de las anteriores, se expande sin que se le oponga prácticamente ninguna medida de precaución y está pasando casi desapercibida en los medios de comunicación mayoritarios.

Debido a la escasa información y prevención existentes, así como a la propia fatiga pandémica después de dos años de lucha contra el virus, la ciudadanía tiende a creer que la epidemia ha sido superada y que ya no existe ningún riesgo. Y es cierto que, aunque el número de contagios no hace sino aumentar, en la mayor parte de los casos se desarrolla un cuadro sintomático leve, similar a un simple catarro o a una gripe, especialmente entre las personas jóvenes o sin patologías previas importantes, de modo que el virus propende a parecer un patógeno estacional más.

Sin embargo, no hay que subestimar la tasa de mutaciones que registra, y que han llevado a generar múltiples variantes desde su aparición entre nosotros, la última de las cuales, y más contagiosa, ha resultado ser la ómicron, que a su vez no cesa de producir nuevas subvariantes con capacidad infecciosa; a lo que hay que añadir la caducidad de las vacunas, que están dando muestras de debilitarse en el lapso de unos meses, por lo que se requieren nuevas campañas de vacunación para mantener la inmunidad de la población.

Si bien la presión hospitalaria ha decrecido sustancialmente con respecto a olas precedentes, en particular en cuanto a ocupación de Ucis (y esperemos que no aumente en una proporción significativa durante el período estival), no se puede decir lo mismo de la atención primaria, donde las consultas por covid sin duda siguen ocupando un destacado lugar. 

Pero, sobre todo, si hay un motivo para no dar por liquidada la pandemia en nuestro país, es su peligrosa incidencia sobre la salud e incluso la vida de los mayores y de los más frágiles: se ha calculado en varios miles el exceso de fallecimientos en esta primavera con respecto a lo esperable en ausencia de covid; de hecho, en los últimos meses, éste se ha cobrado entre 50 y 100 vidas diarias, según estimaciones del periódico El Mundo del día 7 de junio. Y el martes 21 pasado —según Infosalus— el Ministerio de Sanidad notificó 50.235 nuevos casos de coronavirus, de los que casi la mitad, 23.706, se produjeron en mayores de 60 años, con una media en este colectivo de 653 casos por cada 100.000 habitantes (40 puntos mayor que dos semanas antes).

Estos datos invitan a la reflexión y, a falta de otras medidas preventivas, a la responsabilidad y la protección individuales. Para ello hay que empezar por hacerse conscientes de la situación real, y no limitarse a seguir la corriente que se marca en las altas esferas de la política y de la comunicación en cada momento. En el siglo XVIII, el filósofo Berkeley estableció que «existir» equivale a «ser percibido», es decir, conocido o captado por una mente; en el XXI, da la impresión de que solo tiene existencia (social, al menos) lo que se transmite y se percibe por una pantalla, pero nada más lejos —y nunca mejor dicho— de la realidad.


 

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