Opinión

Principio de responsabilidad

LA MISMA CIENCIA y tecnología que han mejorado nuestras condiciones de vida en los dos últimos siglos podrían también, mal utilizadas, conducirnos a nuestra extinción como especie. Al menos eso es lo que se deduce del último informe del Boletín de Científicos Atómicos, emitido el pasado mes de enero y que posicionaba, ya entonces, las manecillas de su metafórico reloj del fin del mundo a apenas 100 segundos de la medianoche, es decir, del final de la vida humana en la Tierra. Para esa estimación consideraban entre otros factores el calentamiento global y el riesgo de una guerra nuclear, pese a que todavía no se había iniciado la ofensiva rusa sobre Ucrania ni se habían producido las amenazas del Kremlin acerca de la posibilidad de emplear el armamento atómico si Occidente intervenía militarmente en el conflicto. Es de suponer que si el también conocido como reloj del Apocalipsis fuera reajustado en estos momentos se hallaría significativamente mucho más cerca de la hora cero.

Ya en 1979, en plena Guerra Fría y teniendo en cuenta la posibilidad de un uso autodestructivo de los avances técnicos, el filósofo Hans Jonas propuso el llamado principio de responsabilidad, una norma moral de carácter universal y formal, semejante al imperativo categórico de Kant, que presenta varias formulaciones distintas pero guiadas por el mismo sentido de la necesidad de favorecer la conservación de nuestra especie: "Obra de tal modo que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica en la Tierra", o bien: "No pongas en peligro la condiciones de la continuidad indefinida de la humanidad" en este planeta.

El ser humano debe preservarse por su propio valor intrínseco, por su singularidad específica y, cabe añadir, por sentido común, puesto que se trata de nuestra propia existencia. Pero, por otra parte, como ha argumentado recientemente el también filósofo Toby Ord, nuestra especie es aún joven (unos 300.000 años como mucho) en comparación con muchas otras que poseen una antigüedad de millones de años; además, dada la plasticidad de nuestra naturaleza y nuestra inteligencia, la humanidad se encuentra llena de potencialidades positivas que podrían realizarse en el porvenir y que se arruinarían en caso de que se desencadenara una conflagración mundial u otra catástrofe en la que pereceríamos o regresaríamos a estadios anteriores de la historia. En otras palabras: no ya solo por lo que somos actualmente, sino por lo que podemos llegar a ser en un futuro, es nuestra obligación moral preservarnos como especie para que nuestros descendientes puedan existir y desarrollar todas sus posibilidades.

Es urgente recordar la vigencia de estas ideas y abogar por una rápida solución negociada del actual conflicto ucranio antes de que pueda complicarse o extenderse más. Que el sentido de la responsabilidad por la humanidad presente y la futura alcance cuanto antes a quienes tienen en sus manos los medios para parar la guerra y dar marcha atrás al reloj del final.

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