Opinión

Preparar la paz

LA PAZ ES, como la felicidad, un tesoro de cuyo inmenso valor no nos damos cuenta hasta que lo perdemos. Acostumbrados a disfrutarla, nos pasa tan desapercibida como el aire que respiramos. Y sin embargo la historia enseña que la paz es un bien escaso y frágil que necesita ser cuidado, porque cualquier fricción llevada al extremo puede acabar con ella.

Se ha especulado mucho sobre si el ser humano es pacífico o violento por naturaleza. Es célebre el debate moderno entre los partidarios del pesimismo antropológico de Hobbes, para quien, en ausencia de una autoridad absoluta, los individuos propenden a embarcarse en una "guerra de todos contra todos", frente al optimismo de Rousseau, que consideraba al humano en su estado natural como un ser inocente y bondadoso, aunque corrompido luego por una sociedad injusta. Algunos investigadores naturalistas han secundado el punto de vista del primero, mientras que otros, más bien humanistas, se adhieren al del segundo. En otros términos, se plantea la cuestión de si la guerra es un fenómeno natural o cultural en su raíz.

En todo caso, lo que parece claro es que el ser humano puede llegar a ser pacífico o violento, a evitar la guerra o a buscarla, en función tanto de sus tendencias psicobiológicas como de sus condicionamientos sociales e incluso de su propia voluntad. Hay países como Suiza que desde hace siglos no han participado en ningún conflicto armado, y también pueblos como los Semai de Malasia —según refiere E.O. Wilson— que, después de haber llevado por tiempo inmemorial una existencia pacífica, al verse forzados a participar en una contienda demostraron una ferocidad insospechada; o, a la inversa, otros que fueron beligerantes en el pasado se han vuelto mucho más tranquilos en la actualidad. Esta plasticidad demuestra que aunque somos capaces de desarrollar conductas bélicas y violentas en general, también podemos inhibir las tendencias agresivas y practicar una forma de vida más serena si el entorno que nos rodea, la convivencia socio-política y la educación que recibimos favorecen el comportamiento adecuado.

Por tanto, si se quiere la paz, no se trata de preparar la guerra como decían los antiguos romanos (si vis pacem, para bellum), sino de cuidar la situación de paz de que ya se dispone para que no llegue a cumplirse nunca más la sentencia de Clausewitz: "La guerra es la continuación de la política por otros medios". Es preciso fomentar una cultura de diálogo, cooperación y entendimiento, es decir, una cultura de paz, en lugar de otra de división, crispación y enfrentamiento. Algo que empieza en la familia y en la escuela pero que ha de reflejarse en todas las esferas de la vida pública, en la que instituciones, partidos y líderes deberían predicar con el ejemplo.

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