Opinión

El nuevo bachillerato y la filosofía

El pasado martes, 5 de abril, el Consejo de Ministros aprobó el decreto que regulará el  Bachillerato, en desarrollo de la nueva ley orgánica de educación (LOMLOE). Entre las novedades más destacadas y positivas, a mi modo de ver, se encuentra la introducción de una modalidad, denominada ‘Bachillerato general’, en la que se integran materias de ciencias, como las Matemáticas, con otras de humanidades y ciencias sociales, y que dará más amplitud de elección al alumnado de cara a sus futuros estudios universitarios o profesionales, además de contribuir a superar la tradicional división entre las dos culturas, científica y  humanística. Se corrige así la rigidez de la anterior norma educativa, por la cual bastantes estudiantes que al terminar la ESO no habían decidido aún qué carrera seguir, se vieron después obligados a escoger únicamente entre las accesibles a la modalidad de Bachillerato cursada, circunstancia que ahora se verá  aliviada con  la nueva rama general. Sin embargo no será fácil que todos los centros  puedan ofrecer ésta, manteniendo al mismo tiempo las otras dos más habituales (la de Ciencias y Tecnología así como la de Humanidades y Ciencias sociales), debido al incremento de recursos materiales y humanos que  supone; por lo que la introducción de la nueva modalidad deberá estar acompañada por la financiación necesaria para que pueda llegar a todos.

Otro aspecto positivo es la recuperación de la Historia de la Filosofía en segundo curso como materia común y obligatoria en todas las modalidades del Bachillerato, frente a la situación anterior, en la que tan solo estaba presente como opcional en la rama de Humanidades y Ciencias Sociales; además, se mantiene la Filosofìa de primer curso, que, a través de todos los vaivenes legislativos, ha sido la asignatura relacionada con el saber filosófico de mayor perduración y constancia en nuestro sistema educativo. Este logro, sin embargo, queda algo empañado por el hecho de que tanto la una como la otra salen del decreto gubernativo con un horario de apenas 2 horas semanales cada una (70 por curso), a falta de lo que las distintas comunidades autónomas puedan disponer en la parte del desarrollo curricular que les corresponde (un 50 por ciento en el caso de Galicia). Especialmente en Historia de la Filosofía, dada la extensión del programa, dos horas pueden resultar escasas teniendo en cuenta la adquisición no solo de conocimientos sino también de competencias prácticas que se pretende alcanzar. 

Una cuestión polémica de la nueva norma es la que se refiere a la posibilidad (no obstante, ‘excepcional’ según el decreto) de aprobar segundo de Bachillerato y obtener el título aunque se haya suspendido una asignatura, independientemente de cuál sea la calificación de ésta (no es lo mismo, por ejemplo, un 3 que un cero). Cierto que se ponen condiciones para ello: el acuerdo favorable del equipo docente, un cinco de nota media en el conjunto de la etapa, la asistencia a clase y la realización de exámenes y actividades; pero no se precisa nada concreto acerca de la actitud y el comportamiento en el aula. Y existe el riesgo, caso de extenderse esta medida, de que se tienda a descartar una asignatura desde el principio para dedicarse a las restantes. Pero, a mi juicio, la mayor debilidad de la nueva estructura del Bachillerato (así como la de la ESO) es el hecho de no haber sido consensuada con la oposición, problema endémico que ha ocasionado un continuo recambio de leyes educativas en España (ocho en cuarenta años) cada vez que se produce una alternancia ideológica en el gobierno. Lo que inspira el temor de que otro tanto pueda repetirse en el futuro, con particular incidencia en el ámbito de la Filosofía, afectada una y otra vez por modificaciones legislativas que le restan estabilidad. Solo un pacto estatal en el que se blindase su presencia en la enseñanza media podría satisfacer enteramente la lógica aspiración a su continuidad y relevancia en el sistema educativo.

Comentarios