Opinión

La inteligencia artificial ya está aquí

Parece ciencia-ficción, pero ya es real: en lugar de pasarse horas preparando un arduo trabajo académico o redactando un artículo, un relato o una charla, uno ya puede recurrir a una aplicación informática, ‘Chat GPT’, de OpenAI, para que realice en su lugar, y en menos tiempo, cualquiera de esas actividades y muchas más, como traducir textos, buscar documentación, definir un concepto complejo, explicar teorías, resolver problemas, recibir o producir clases, etc. Conseguir y utilizar la app es muy fácil, basta con registrarse, formular las preguntas adecuadas y ordenar al sistema que ejecute la tarea deseada. 

A pesar de que aún queda camino por recorrer (el sistema no es perfecto todavía), se trata sin duda del inicio de una revolución del conocimiento y de las costumbres que tiende a abolir la era del esfuerzo y a culminar la del automatismo, en la que los valores de la velocidad y la comodidad se imponen sobre los del trabajo intelectual lento y paciente. Si memorizar, en el ámbito del aprendizaje y la educación, ya se había quedado obsoleto, ahora le toca el turno a la capacidad de producción y síntesis de textos, que será ampliamente desarrollada por los nuevos medios.

De forma gradual, la informática y la inteligencia artificial (IA) van relevando a la mente humana de sus funciones habituales. Incluso la imaginación y la creatividad podrían dejar de ser exclusivas de nuestra especie, pues la nueva tecnología está capacitada para generar combinaciones inéditas de datos y frases con sentido; además, puede aprender por sí sola a partir de la información que le van suministrando sus propios usuarios, de modo que se perfecciona al aglutinar los conocimientos y correcciones que le transfieren los humanos, un poco a la manera de la superinteligencia ideada en la película ‘Ex machina’.

No deja de ser significativo que Microsoft, al mismo tiempo que se dispone a realizar una inversión multimillonaria en OpenAI, haya anunciado el despido de 10.000 de sus trabajadores

Correlativamente, y en la medida en que queden suplidas por la IA, nuestras facultades cognitivas naturales podrían a largo plazo irse atrofiando y perdiendo relevancia. Como en la dialéctica del amo y el esclavo, expuesta por Hegel en su ‘Fenomenología del Espíritu’, el sistema tecnológico, concebido inicialmente para ponerse al servicio de la humanidad facilitando su vida y bienestar, puede acabar dominandola por el saber que ha absorbido de ella y por la dependencia a la que la aboca. 

Lewis Mumford, en ‘El pentágono del poder’ (segunda parte de ‘El mito de la máquina’) previno ya hace más de cincuenta años del riesgo de sumisión que la automatización total supone; pero también subrayó la necesidad de que, para evitarla, la sociedad asuma su responsabilidad en la evaluación y selección de tecnologías antes de darles carta blanca. No toda innovación, solo por el hecho de serlo, debe ser considerada sin más beneficiosa. Ante cada novedad importante, como es el caso de Chat GPT y otras aplicaciones de la IA, debe abrirse un espacio social de debate sobre sus posibilidades de aprovechamiento pero también sobre los límites que la ética y la ley deben exigir a las compañías que las implementen, en orden a garantizar el cumplimiento de los derechos de las personas y la prioridad de los valores humanos sobre los estrictamente técnicos y, por supuesto, los económicos y comerciales.

No deja de ser significativo que Microsoft, al mismo tiempo que se dispone a realizar una inversión multimillonaria en OpenAI —la empresa que ha puesto en marcha ‘Chat GPT’—, haya anunciado el despido de 10.000 de sus trabajadores. Todo un símbolo de la (indeseable) prevalencia de lo tecnológico sobre lo humano en la nueva era del automatismo.

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