Opinión

El horror de la guerra

Van ya casi dos meses de ‘operación militar especial’, eufemismo con el que Putin designó a la invasión rusa de Ucrania, probablemente creyendo que se trataría de una intervención rápida y victoriosa de su ejército, y lo cierto es que se ha convertido en una guerra total a sangre y fuego que desde entonces devasta y destruye todo cuanto alcanza.Se suma así a la cadena de conflictos bélicos que van asolando el mundo por zonas sin llegar a producir, hasta ahora, una tercera guerra mundial; pero, de entre todas ellas, muchas cronificadas- como las de Siria o Yemen- ésta de Ucrania es con mucho la que mayor repercusión ha tenido en Europa occidental desde 1945, superando incluso a la contienda de la antigua Yugoeslavia. Ello es debido a obvias razones geopolíticas, además de a sus  repercusiones económicas, asimismo palpables, y por supuesto a la ingente crisis humanitaria desatada, con varios millones de ciudadadanos ucranianos refugiados en Occidente.  También destaca por su grado de peligrosidad, ya que podría encender la mecha de una conflagración planetaria prácticamente en cualquier momento, con un grado de riesgo que iguala o rebasa el nivel del provocado por la instalación de misiles soviéticos en Cuba en 1962. Pero todavía hay otra circunstancia que la hace singular a nuestros ojos: es posiblemente la guerra más mediática a la que hemos asistido como espectadores audiovisuales, de la que tenemos información más completa cada día desde que comenzó, casi como si se estuviera produciendo en nuestro territorio, a diferencia de otras más ‘lejanas’(como las arriba mencionadas) no solo por la distancia espacial o física, sino también cultural y social, que nos separa de ellas y cuyas noticias se van diluyendo  con el paso del tiempo aunque en realidad  no hayan terminado aún. 

Y por eso es que a través de ésta  estamos conociendo mejor y más en directo los horrores de la guerra, no esencialmente distintos de los que se producen en otras, pero de los que estamos más informados y a los que permanecemos más atentos. Las matanzas de civiles, el arrasamiento de áreas residenciales, incluso de ciudades enteras; el bombardeo de lugares de refugio o de huida, las persecuciones y torturas, el exterminio sin piedad de los contrarios, los abusos sobre la población, los actos de sadismo, las masacres… todas estas atrocidades son por desgracia recurrentes en las guerras, donde pronto se olvidan las normas de la moral y del derecho y donde aflora fácilmente el lado más oscuro y cruel del ser humano. Y por increíble que parezca, lo mismo podría llegar a ocurrir en nuestro país o en cualquier otro si entrara en situación bélica; como increíble les ha debido parecer a los ucranianos, no menos que a los sirios, a los chechenos, a los iraquíes, a los exyugoeslavos y a tantos otros pueblos.

Solo hay un modo de evitar el horror de la guerra: no iniciarla; o, en su defecto, una vez comenzada, finalizarla cuanto antes.  Para lo que es preciso algo más que buena voluntad, aunque ésta también ayude; sobre todo hay que prevenir el enfrentamiento armado, reconociendo y respetando las diferencias entre las partes implicadas en un posible conflicto y buscando soluciones negociadas antes de que estalle. Por supuesto, si un agresor nato rechaza el diálogo desde el principio, habrá que aislarlo y ponerse en guardia; y, si finalmente ataca, no quedará otra opción que defenderse de él: esta es la única situación en que recurrir a la fuerza es apropiado y legítimo. Pero aún en este caso debe intentarse poner pronto fin a la violencia por medio de la negociación (que no la rendición) directamente entre las partes o a través de mediadores. Estamos viendo lo que trae consigo la guerra, por eso hay que hacer todo lo posible para que cese cuando ha empezado y todo lo necesario para impedir que empiece. 

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