Opinión

Hacia un nuevo humanismo (I)

Aunque de él existen múltiples versiones, el humanismo se podría definir de un modo general como la teoría filosófica según la cual el ser humano posee una especial dignidad que le hace merecedor de respeto y derechos propios. En esta breve definición hay implícitas al menos dos notas importantes: en primer lugar, la singularidad de nuestra especie, es decir, su carácter diferencial y único en el conjunto de la naturaleza (que unos cifran en la racionalidad, otros en la capacidad lingüística, otros en la libertad de elección, etc.); y segunda, la universalidad de la condición humana, por la cual todas las personas compartimos carácterísticas como las mencionadas, lo que nos hace básicamente iguales y fundamenta la noción de género humano, o Humanidad, como un todo.

Desde el punto de vista histórico puede decirse que el humanismo así entendido ha conocido flujos y reflujos alternativos o cíclicos; el último de los cuales se ha venido produciendo desde el final de la segunda guerra mundial: después de varias décadas de una exaltación humanista vinculada sobre todo a los existencialismos de posguerra (Camus, Sartre, etc.), se produjo una fuerte corrección posterior debida al auge del estructuralismo, hasta culminar en la obra de Foucault, quien proclamó no ya la muerte o fin del humanismo sino la del Hombre mismo. El incisivo filósofo francés consideraba que la de Humanidad (concebida como una esencia universal caracterizada por la racionalidad y la libertad) no era más que una idea muy reciente, producida en la Ilustración del siglo XVIII y que resultaba socavada por la propia evolución de las llamadas ciencias humanas que paradójicamente la contradicen.

La posición de Foucault, unida a la del influyente antropólogo Claude Levi-Strauss, para quien la noción clásica de Hombre, vinculada a la racionalidad occidental, sería eurocentrista y por tanto abocada a diluirse por los avances de la etnología, la descolonización y el multiculturalismo, contribuyó al surgimiento de la filosofía posmoderna, cuya sintética divisa todo vale fue la máxima expresión relativista directamente opuesta al universalismo racionalista moderno. Gianni Vattimo, uno de sus más conspicuos exponentes, auspició el pensamiento débil ligado según él al ocaso de Occidente; y lo que le siguió, en las primeras décadas del nuevo milenio fue un verdadero eclipse de la razón en todos los órdenes, que ha arrastrado como lógica consecuencia el declinar de la filosofía misma y en la práctica ha dado lugar a un nuevo tribalismo por el que cada país, región y cultura tienden a encerrarse en su propia burbuja y a proclamar su verdad excluyente a la sombra de la ideología de la posverdad.

"Y sin embargo se mueve…"; especialmente ahora, con la pandemia que a todos nos iguala y nos afecta sin distinciones de raza o nación, surgen voces, y no precisamente occidentales, que llaman a la restauración del humanismo, como la del artista disidente y pensador chino Ai Wewei, que acaba de publicar un libro titulado Humanidad en el que reivindica la legitimidad de esta idea tan denostada. 

Y es que la adversidad común en esta era de la globalización nos ha alertado sobre la necesidad de considerarnos de nuevo miembros de una misma especie no solo en el aspecto biológico y material sino también en el mental y espiritual, y actuar en consecuencia de un modo solidario e incluso fraternal, más allá de nuestras diferencias políticas o culturales.

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