Opinión

Democracia deliberativa

El concepto de ‘democracia deliberativa’ fue introducido por J.M. Bessette en 1980 pero se ha extendido internacionalmente a través de la obra y el pensamiento del filósofo Jurgen Habermas en conexión con su propia teoría de la acción comunicativa, según la cual las decisiones política y socialmente relevantes han de ser adoptadas por medio del diálogo y la búsqueda racional del consenso entre todos los implicados. Las personas y los sectores afectados, pues, por un determinado proceso social deben poder tomar parte en los debates previos a la formulación de dictámenes y leyes tendentes a la resolución del mismo en pie de igualdad entre sí y con capacidad de hacer públicos sus puntos de vista a fin de que puedan ser sometidos a la deliberación ciudadana.

Este modelo de democracia basado en la participación y la interacción entre iguales es complementario del sistema democrático representativo —por el que los ciudadanos votan a candidaturas o partidos políticos en elecciones periódicas a fin de que les representen en los órganos del poder del Estado (Parlamento, Senado, Ayuntamientos, etc.)— y contribuye a su perfeccionamiento al incluir en todo momento las aportaciones de la ciudadanía al debate y la toma de decisiones. Pero así como la democracia representativa es ya un hecho en las sociedades abiertas, la plena democracia deliberativa es todavía una aspiración a realizar y una meta a conseguir a través de un proceso complejo, uno de cuyos ingredientes básicos es la educación, que debe fomentar el incremento del conocimiento y las capacidades argumentativas en el conjunto de la población, así como la formación en valores necesaria para la convivencia.

Este modelo de democracia basado en la participación y la interacción entre iguales es complementario del sistema democrático representativo

En España, en los últimos días hemos podido asistir al logro de ciertos avances en este sentido: uno de ellos, ha sido el acuerdo sobre la reforma laboral alcanzado entre gobierno, empresarios y sindicatos, obtenido a partir de un diálogo entre las tres partes del que ha resultado un consenso satisfactorio para todas ellas. Curiosamente, el principal exponente nacional de la democracia representativa, el Congreso de los Diputados, ha estado a punto de frustrar la aplicación del pacto acordado, en una pirueta que se ha saldado con dos votos tránsfugas y uno erróneo que sin embargo ha resultado decisivo para la ratificación in extremis de dicho pacto por la cámara legislativa. Lo contrario hubiera dado lugar a una contradicción entre los dos modelos de democracia, al rechazar un acuerdo alcanzado deliberativamente por los interlocutores sociales.

Otro progreso en la línea de una democracia más participativa ha sido el éxito de la iniciativa ciudadana ‘Soy mayor pero no idiota’, promovida en un principio por una sola persona, Carlos San Juan, pero que habiendo sabido captar el sentir de una amplia capa de la población, ha sido capaz de reunir más de seiscientas mil firmas en apoyo de su campaña para lograr una atención más humana en las oficinas bancarias y ha llegado a recibir el respaldo de la propia ministra de Economía y vicepresidenta del Gobierno, Nadia Calviño. Cuando escribo estas líneas ya varios bancos, en respuesta a esta reivindicación, se han adelantado a ampliar su horario de atención al público y anuncian medidas tendentes a mejorar la calidad del servicio que prestan a las personas de más edad.

Ambos ejemplos muestran cómo, frente a la tendencia a la autocracia que parece ganar terreno en el mundo, la democracia (representativa) puede hacerse más fuerte y sólida si no se basa únicamente en el derecho al voto ejercido cada cuatro años sino que se perfecciona y profundiza abriéndose a la democracia deliberativa a través de la participación ciudadana y del consenso social.

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