Opinión

Da Vinci, 500 años después

Ese sabio fallecido había nacido en Vinci, un pequeño pueblo de la Toscana. Llama la atención, cuando se visita, la humildad de la que se supone que fue su casa natural

MURIÓ EN 1519 en Amboise, en un château del rey de Francia, pero desde entonces su prestigio y su misterio no han dejado de aumentar. En la era del especialismo nos asombra que alguien pudiera, como él, ser pintor, escultor, escritor, ingeniero, arquitecto, anatomista y filósofo a la vez, aunque mundialmente se le reconozca sobre todo por ser el autor de la Mona Lisa. Nos admira también su faceta de visionario inventor, muchos de cuyos audaces proyectos se verían realizados siglos más tarde, así como la de precursor del método científico moderno, en el que se alían las matemáticas y la experimentación que él ya defendió. Probablemente una de las personas más curiosas e inteligentes de la historia, fue un enigma para sus propios coetáneos pero aún lo es más para nosotros, y en ello radica gran parte de ese magnetismo que sigue atrayendo a tantos investigadores y diletantes hacia su figura. 

Y quizás lo más admirable es que ese sabio fallecido hace quinientos años en un palacio real había nacido en Vinci, un pequeño pueblo de la Toscana, hijo natural, es decir ilegítimo, de Ser Piero, quien sería luego notario en Florencia, y de Caterina, una campesina del lugar. Llama la atención, cuando se visita, la humildad de la que se supone fue su casa natal, poco más que un cobertizo de piedra en las faldas del Montalbano, la cadena montañosa que se alza sobre la villa; pero también la belleza de las vistas que se observan desde allí y que tal vez le sirvieron de inspiración para algunos de sus paisajes. 

Esa infancia en el campo, en la que pudo observar el vuelo de las aves y los diferentes tonos de color que cobran las montañas según la distancia; en la que sin duda aprendió a pensar y a mirar prestando atención a lo que le rodeaba con una mente despierta, fue la base sobre la que se desarrolló su genio. Su condición un tanto marginal dentro de la casa paterna le permitió además gozar de una libertad particular: no se le dirigió hacia los estudios universitarios de las letras y del derecho como habría prescrito la tradición notarial de la familia, sino que su propio padre se encargó de potenciar su carrera artística encomendándolo a su amigo Verrochio de cuyo taller entró a formar parte en una época, el Quattrocento, en que las artes figurativas resplandecían en Florencia. 

Una suma de circunstancias favorables, pues, alentaron las capacidades naturales de Leonardo, ese singular ingenio nacido en la campiña de Vinci, el pueblecito toscano que aún hoy vive de los viñedos, de los olivos y del recuerdo de su más ilustre hijo. 

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