Opinión

Pederastia de saldo

Llevaba poco tiempo cubriendo noticias de sucesos y aterricé en la Audiencia Provincial de Lugo para asistir a un juicio por pederastia. Entré mirando al acusado con asco, con desprecio y con ganas de gritarle lo indeseable que me parecía. Me reprimí por educación, por la objetividad que se me exigía al cubrir la noticia y por el respeto obligado a la presunción de inocencia. Me reprimí, sí, pero me costó mantener la compostura.

Dentro de la sala de vistas, el acusado se limitó a decir que únicamente descargaba archivos para su propio consumo, como si el hecho de no realizar él mismo las grabaciones rebajase su conducta a una nimiedad. Escucharlo me provocó repugnancia, pero lo peor todavía estaba por llegar. En un momento del juicio, una de las partes pidió la reproducción de las imágenes localizadas en el ordenador del acusado y lo que apareció en la pantalla resultó sobrecogedor. Niños y niñas muy pequeños obligados a realizar conductas sexuales atroces. Decirlo es duro, pero verlo no tiene calificativo posible.

Después de aquel juicio —hace ya más de una década—, me tocó ver otras muchas imágenes de fallecidos en accidentes de tráfico o de personas asesinadas de diferentes modos, pero nada me ha vuelto a impresionar tanto como las caras de desesperación de aquellos menores mientras eran violados y humillados sin consideración. Por eso, cada caso de pornografía infantil que llega a mis oídos me estremece y me indigna. Recientemente, un vecino de Sarria fue condenado por tener y distribuir imágenes y vídeos de contenido pedófilo, algunos de «extrema dureza» de niños con animales. Reconoció los hechos y le rebajaron la pena de ocho a dos años de cárcel, a pesar de que la conducta de este hombre contribuye a que muchos menores sigan siendo utilizados para elaborar este material. La condena por la violación de una menor en Baleira fue ridícula. Esta no lo es menos.