Opinión

Hablar sin decir nada

Hace ya muchos años, cuando no tenía que planchar uniformes escolares y yo era la única persona a la que tenía la obligación de alimentar, solía poner la radio por las noches y escuchaba ‘Hablar por hablar’. Me fascinaba el concepto de un programa sin temas establecidos en el que personas normales (a veces no tanto) contaban experiencias y compartían opiniones con el único objetivo de ser oídas por multitud de desconocidos. 

Los oyentes llamaban a la radio y contaban todo tipo de historias. Unas emocionantes, otras lacrimógenas, algunas inverosímiles... Cada intervención era distinta, pero todas tenían contenido y enganchaban al oyente; generaban intriga y creaban la necesidad de escuchar la historia hasta el final. ‘Habla por hablar’ era un programa imprevisible, justo lo contrario de lo que sucede con los discursos políticos.
Hace unos días me tocó cubrir uno de esos actos de campaña con mitin, aplausos y fotografías por doquier. El protagonista habló media hora sin decir nada interesante, lo cual tiene su mérito, pero no contribuye a favorecer la imagen de una profesión en la que la ciudadanía confía cada vez menos. Cuando un político se coloca ante sus afines para decirles lo que quieren escuchar y recibir halagos, la historia carece de interés.

Animar a las huestes que ya llegan animadas —ya que están ahí para aplaudir al líder— y plagar su alegato de palabras como «orgullo» y «responsabilidad» es una apuesta segura para cualquier político. Da igual que el auditorio no pueda sacar conclusiones de su intervención, ya que ese es el objetivo. No hace falta pensar, ni opinar, ni discrepar... solo aplaudir. Estamos tan acostumbrados a que los políticos no digan nada que cuando Ayuso habla de partido «pandillero» nos volvemos locos. La presidenta madrileña no dijo nada extraordinario, pero se salió un mínimo del guion y logró que más de uno se pegara a la radio hasta el final de la historia.