Opinión

El pecado de ser adolescente

ME PASMA la facilidad que tenemos los adultos para olvidar todo lo que se nos pasaba por la cabeza con 14 años. Parece que siempre fuimos sensatos, precavidos, discretos, reflexivos... Me pasma que el vídeo de una pelea entre dos adolescentes en O Cantiño dé la vuelta al país convertido en espectáculo, alimentado por el morbo y amparado por titulares empeñados en criminalizar una conducta que no deja de ser una gamberrada.

Los jóvenes que se pelean en ese vídeo, y los que se agolpan a contemplar la rocambolesca estampa, no son delincuentes. No son una generación perdida y sin valores, no son carne de cañón y no se merecen la retahíla de críticas vertidas sobre su espalda. Todos esos chavales son simplemente eso, chavales. No son más que adolescentes que no miden las consecuencias de sus actos, que todavía se están formando, que se preocupan por sacar pecho ante sus iguales y que no se detienen a valorar lo que implica un combate de ese calibre.

Obviamente, hay que explicárselo. Esos chavales se merecen un tirón de orejas, una reprimenda, un toque de atención y una ración doble de civismo. Esa realidad es preocupante y merece un análisis. Las familias y los centros educativos tendrían que tomar nota y esforzarse todavía más en la educación de los jóvenes. La sociedad entera tendría que reflexionar, en lugar de llevarse las manos a la cabeza y criticar a la ligera.

La desgracia de los chicos del vídeo, y la del resto de sus coetáneos, es que viven totalmente controlados. Las nuevas tecnologías —muy útiles para multitud de cosas— les han robado su intimidad. Cualquiera puede ser grabado en cualquier momento y en cualquier circunstancia, y eso, sin duda, magnifica actitudes que hace veinte años pasaban desapercibidas.

Siempre hubo peleas, botellones y novillos. Cualquier adulto, cualquiera de nosotros, puede echar la vista atrás, volver a la adolescencia e imaginar lo que hubiera sucedido si nos grabaran en muchos trances que al final no tuvieron trascendencia.

Los menores que salen en el vídeo tienen además otra desgracia: estar rodeados de adultos que no los saben proteger. Llamamos violentos a los jóvenes que se pelean, a los que aplauden desde el público y a los graban la contienda, pero no linchamos de igual modo a quienes permiten que ese vídeo vea la luz.

Son menores y alguien tendría que impedir que saltaran de tele en tele y de web en web expuestos a un juicio público que les puede pasar factura y hacer mucho daño.

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