Opinión

Pierdo el bus

La pesadilla se repite. Corro hacia la estación. Pero el bus se ha ido. Vuelvo a perderlo. Tengo que pararlo. Tengo que detenerlo. 

Atravesaba una mala racha. Algunas amigas me recordaban la crisis de los cincuenta. En el trabajo me sentía sobrepasada haciendo el trabajo de tres personas. El estrés brotaba sin reparos por todos los poros de mi piel. Me encontraba al límite de mi capacidad. Sentía que iba a explotar. 

Mi hijo salía en ese momento de casa. El día anterior le había dado un ultimátum: —Ordena tu habitación. Parece una cuadra y no te importa. Si no haces lo que debes, ya sabes dónde está la puerta. No tengo nada más que decir. No vas a vivir en ningún sitio como en casa, pero si te vas, que sepas que no me importa. ¡Ya no puedo más! ¡No te aguanto! ¡Lárgate ya con quien quieras!

¿Por qué pronuncié esas palabras? No son propias de mi persona. Nunca había dicho algo así. A nadie. No era mi estilo. Menos aún a mi hijo. Él es la persona que más quiero en mi vida. La única por la que, sin dudarlo, ofrecería mi vida. No una, sino mil veces.

Encima se lo dije enormemente enfadada. Como si fuera una loca desquiciada. Enojada y fuera de mí le grité… Pero, solo había dejado la ropa tirada en su habitación. Nada que no tuviera solución. Nada que fuera tan importante que no admitiera demora. Nada que me impulsara a pronunciar palabras tan duras. Nada para que lanzara amenaza alguna. Nada para que lo dijera con tan mal sabor de boca. Nada para que él se fuera visiblemente enfadado.

No. No soy así me digo día y noche. Pero, entonces ¿por qué me comporté así?

Como cada mañana en los últimos meses acudo a la estación. Allí, en el andén número catorce aparca el autobús. El autobús que se dirigía al que fue su último destino. 

Un autobús grande, seguro, fiable. Nadie sospechó nada. Nadie en su sano juicio hubiera podido hacerlo. 

Sin embargo, el autobús jamás llegó a su destino. Solo los cielos tendrán la explicación. Una explicación que a todos se nos antoja imposible de entender. 

Al volver de la estación entro en su habitación. Está desordenada. Es curioso. Ahora ya no me importa. Toco cada cosa con la mayor delicadeza. Quiero que todo permanezca donde y como está. Que se mantenga como él lo dejó. Sueño que volverá. Volverá a recoger todo lo que dejó tirado y desordenado. O, revolverá y desordenará aún más su habitación. 

El primer día quise volcar toda la ropa que había en su armario. Entonces sí tenía razones para comportarme como una loca. Sin embargo, el dolor intensísimo me atenazó. Estaba paralizada.

Acabo cada día repitiendo miméticamente las mismas rutinas. Después, rota por el cansancio físico y psíquico me voy a la cama. Ya sé que no dormiré, pero me voy. 

Hoy por primera vez me he levantado en paz. He soñado que llegaba a la estación. Me daba un abrazo. Me espera. Pero, sobre todo, siento la caricia de su perdón.

Comentarios