Opinión

El negro, su color favorito

Rubia de ojos azules, delgada, menuda y con cara de no haber roto un plato en su vida. Era una mujer de apariencia frágil y delicada. De carácter suave y conciliador. Nunca había levantado la voz. Nada hacía presagiar que su dura trayectoria futura forjaría su carácter, su resistencia y coraje.

Se casó con un hombre que tenía diez años más que ella. Le mimaba y adoraba. Todo lo hacía por él y para él. Estaba volcada en su felicidad.

Sus amigos y conocidos se apenaron enormemente cuando a los pocos meses de la boda enfermó. Había gozado de extraordinaria salud hasta entonces. Era un tipo joven y fuerte. Nunca se supo de qué había muerto. A su fallecimiento, ella se vistió de negro. No se lo quitaría, ni siquiera se vestiría con el llamado ‘luto de alivio’. Sus familiares le desearon mejores augurios tras la dura y breve experiencia sufrida. Había vivido en Alicante una historia de amor bonita, aunque breve.

Se trasladó a Sevilla con la intención de poner tierra por medio. Se quitó el negro el mismo día que contrajo nuevas nupcias. Pero, la mala suerte la perseguía. Una vez más la desgracia y los malos presagios se cebaban con esta frágil mujer. Un corte de digestión acabó con la vida de su recién estrenado marido en la piscina climatizada que tenían en su magnífica mansión. Nada pudo hacer un amigo médico que acudió de inmediato. Solo pudo certificar su muerte. Por segunda vez en tan breve espacio de tiempo volvía a enfundarse en una gama de negros.

La diferencia de edad o la misma edad habían propiciado la pérdida irreparable de sus maridos. Confiaba, en que a la tercera fuera la vencida. 

Contrajo nuevas nupcias con un hombre siete años menor que ella. Era un aragonés de pura cepa, oscense para más señas. Oriundo de Monte Perdido, el macizo calcáreo más alto de Europa. Era un hombre joven al que le encantaba conducir. Siempre lo hacía al límite de lo permitido. Adoraba el riesgo. 

Era la cuarta vez que cambiaba de población. Los recuerdos de sus tres maridos la perseguían. La maldición la cercaba. Tenía que salir adelante, huir…

En una excursión por el parque nacional de Ordesa circulaba el matrimonio en un todoterreno por una pista forestal. A más velocidad de la permitida perdió el control de su jeep y se deslizó por la pendiente. Él murió en el acto desnucado y ella salvó la vida milagrosamente, aunque su cuerpo, sin embargo, quedó cubierto de múltiples rasguños y magulladuras. 

Los desconsolados padres de él nunca entendieron porqué el airbag no había saltado, quedando empotrado su hijo en el volante tras desnucarse. De haber funcionado el airbag hubiera salvado la vida.

Y por tercera vez, ella volvió a vestirse de negro. Parecía que su vida había sido maldecida por alguien todopoderoso.

Con enorme dolor volvió a salir. Era la cuarta vez que cambiaba de población. Los recuerdos de sus tres maridos la perseguían. La maldición la cercaba. Tenía que salir adelante, huir…

Iniciaría su nueva vida en Asturias. Eligió la exquisita ciudad de Oviedo, y allí coincidió con el que sería su cuarto marido. 

Existía un tema proscrito entre ellos. Nunca se podría hablar de años, de la edad de nadie. Nunca le preguntó la suya. Siempre le decía que no quería saberlo. Como si se tratase de la maldición que se adhiriera irremediablemente a su sombra.

Tal y como ocurrió en las circunstancias anteriores, no se quitó el ropaje negro hasta el día de su boda. 

Unos meses después, su marido empezó a tener malas digestiones. Se extrañó. Nunca había tenido problemas con su estómago. Ingresado en el hospital parecía mejorar, pero al salir volvía a tener los mismos problemas. Las pruebas médicas realizadas una vez, se repitieron. Y, volvieron a repetirse.

Su médico no se explicaba que le estaba ocurriendo.

La policía estaba tras las pistas de esta mujer desde hacía dos años. Muchas coincidencias, pero ninguna prueba irrefutable. Enfermedad, ahogamiento, accidente, y ahora… 

Una orden judicial permitió a la policía realizar una inspección en su domicilio. En la cocina encontraron un tarro lleno de polvo como de diamante. Tras las pruebas se demostró que se trataba de vidrio molido, sustancia de no deja huella en el organismo, pero produce efectos devastadores en todo el tracto digestivo hasta producir una muerte segura. 

Al entrar en su dormitorio encontraron preparado un traje de chaqueta y una blusa de seda de color negro, unas medias y zapatos del mismo color. Incluso, y como señal de respeto, había tenido el detalle de combinar todo ello con ropa interior de color negro para no hacer ninguna excepción en su vestimenta ante la inminente muerte de su cuarto marido.

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