Opinión

Un Ministerio revolucionario

Juana y Antonio se casaron muy jóvenes y enamorados. Su mayor ilusión era tener una familia muy numerosa. Y así fue. En diez años nacieron sus ocho hijos. El bullicio, el ruido, las risas, las discusiones y las alegrías recorrieron y se apoderaron de todos los rincones de su casa.

Su vida fue plena, feliz y colmada. Repleta. Se sentían inmensamente felices con una tropa tan numerosa. 

Las dificultades y problemas nunca faltaban en una familia tan grande. Las atenciones y cuidados se multiplicaban. Los aprietos económicos se presentaban en muchas ocasiones. La vida era gratificante y se les fue como un suspiro. 

Los hijos empezaron a marcharse. Uno por uno. El último en hacerlo les dejó de nuevo solos. Como al principio. Como si fueran, otra vez, recién casados. 

Su partida les invitaba a recomenzar sus vidas. El largo tiempo que soñaban pasar juntos se agotaba sin ellos saberlo. 

A los tres meses de irse el último de sus hijos moría Juana quedando Antonio desamparado. Nunca había estado solo. Siendo hijo único, sus padres siempre le protegieron y acompañaron. Casado con Juana nunca se separó de ella. Y después empezaron a llegar los niños. Era la primera vez que tendría que enfrentarse a vivir solo. Se sintió desguarnecido y apesadumbrado. 

Los primeros días venía uno, otro u otro. Ocho hijos llenan bien los espacios vacíos, pero transcurridas solo dos semanas, cada hijo se volcó en su trabajo, en su pareja, en sus hijos. Todos estaban muy ocupados. Muchas cosas que atender y poco tiempo... Antonio debía acostumbrarse a vivir con su sola compañía. Se dijo que su sombra sería su fiel aliada. 

Aprendió a hacer su comida, limpiar, planchar y otras labores de la casa. Eso no le importó. Pero, desayunaba, comía y cenaba solo. Iba al supermercado sin compañía. Se sentaba delante de la caja tonta sin nadie a su lado. Paseaba solo. El teléfono no sonaba nunca. Si él lo hacía siempre cogía a sus hijos en el peor momento del día. Ya devolverían la llamada, pero esas llamadas nunca llegaban. El tiempo no hizo sino agrandar su tristeza y su soledad. 

No hablaba con nadie. Apenas una llamada esporádica y escueta por alguno de sus hijos. Se sentía incomunicado. Le pesaba la soledad y el aislamiento. Apartado y alejado de los suyos, de los que más quería. 

Las visitas de sus hijos y seis nietos se distanciaban, y eran cada vez más breves. La falta de relaciones afectivas hizo que Antonio se sintiera desunido, desglosado y finalmente descartado de su propia familia. Se consideraba a sí mismo una persona prescindible. El olvido de su familia le relegaba al margen de la sociedad. Su personalidad se fue retrayendo. Estaba ido. 

Las reuniones no se prodigaban. Eran excepcionales y reducidas a fechas muy especiales. Encuentros breves en los que sus ocho hijos hacían acto de presencia con sus seis nietos. Se volvió esquivo. Su vida se asemejaba a la de un ermitaño. 

Los días le pesaban. El desconsuelo invadía su ser. La angustia, el abatimiento, el desánimo y el pesimismo erosionaban su personalidad. Manuel había sido un hombre abierto, amigable y extrovertido. Pero, lo había perdido todo. 

La tribulación y la desazón se instalaron en su alma. La tambaleó, la azotó y la rompió en mil pedazos.

La añoranza de su gran amor, la nostalgia de sus numerosos hijos, la melancolía y la tristeza del día a día invadían su vida.

La soledad le infligió un total desasosiego. Era una losa sobre su corazón herido. Le ahogaba. Sentía una angustia vital. Su resistencia se agotaba. 

Una noche decidió que sería la última. Vació el bote del somnífero que tenía en su mesilla de noche. Y descansó. 

Solo dos años después, el tercero de sus hijos dedicado a la política consiguió cumplir sus aspiraciones. Le nombraron ministro. Sería la cabeza visible del novedoso y revolucionario Ministerio de la Soledad. 

Antes de tomar posesión de su trascendental responsabilidad, el jefe de Gobierno le animó públicamente para tan alta responsabilidad: —Ha sido un nombramiento complejo, complicado y difícil. Y al tiempo, sencillo y fácil. Cumplimos con innovación inusitada el reto más importante de nuestra sociedad, en la que más de cinco millones de personas viven solas. El desafío es formidable. Titánico. La soledad se ha convertido en uno de los mayores problemas de nuestra época. Por eso, te he elegido a ti. Conozco tu dedicación, tus desvelos, tu esfuerzo, tu perseverancia, tu atención, tu esmero y tus preocupaciones durante el tiempo en que tu padre quedó solo, al perder a tu madre. Espero, que, con el mismo interés, tomes la tarea que tienes ante ti. ¡Cuánto hubiera disfrutado tu padre con tu nombramiento! Tenemos plena confianza en que lo hagas bien. Lo harás como nadie si proyectas en tu quehacer diario el mismo gran amor, la comprensión y la dedicación que le profesaste a él en vida.

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