Opinión

En su interior crece algo extraño

De los principios del segundo milenio tenemos muchos testimonios. Hay imágenes, escritos y voces de la forma de vivir que tenían los habitantes de la tierra. Ni siquiera hacían viajes con pasajeros a Marte. Por supuesto, no se hablaba de otros planetas de nuestra galaxia. Y, menos aún, de otras galaxias. 

Convivo a temporadas con una mujer que es historiadora. Le apasiona conocer cómo vivían los antiguos pobladores. Siente envidia de muchas de sus formas de vida. Habla sin parar de sus investigaciones sobre su época fetiche, de la que es una de sus mejores conocedoras. Por eso, además de lo que nos grabaron cuando éramos niños, por mi amiga sé tanto de los habitantes de entonces. 

Tenían costumbres insólitas. Muy llamativas. Eran seres singulares, pintorescos y extravagantes.

En un edificio que data de hace diez siglos tengo mi negocio. Mi profesión me gusta. 

Mucha gente se interesa por la labor que realizo. Su ejercicio me exige preservar la intimidad y el secreto demandado por mis clientes.
A principios del segundo milenio la gente vivía en grupos. Les llamaban familias. Incluso sabemos que convivían hasta tres generaciones. La generación es un concepto extraño a nuestra época. La mayoría de los habitantes desconocen hoy su significado.

Cada vez que entro en mi factoría me enorgullezco de mi trabajo. La energía que aprovechamos, de las muchas existentes, es la del movimiento planetario. Sobre todo, el que proviene de la misma tierra, en sus movimientos de rotación y traslación. 

Dentro del edificio hay luz natural. Sin embargo, muchas estancias están a media luz. El ambiente es cálido. La temperatura constante y agradable. 

La factoría se denomina TechFilius. Fabricamos niños pequeños. Son los más demandados. 

Las compañías de la competencia los hacen con edades distintas. Los hay de tres, siete, trece y dieciocho años.

Los sacos o bolsas con líquido amniótico están colgadas haciendo pasillos, conectados a las fuentes de energía. 

En el primer pasillo están los niños rubios y con ojos azules. En el segundo, los morenos con ojos verdes. En el tercero están los pelirrojos con ojos negros.

Enfrente se encuentran las niñas. Rubias y con ojos azules en el primer pasillo. Morenas con ojos verdes en el segundo. Y, pelirrojas con ojos negros en el tercero.

La producción es a granel. Los lotes tienen características específicas. La unidad saliente de la producción a granel asciende a 80.000 pecunios. El precio cambia si la producción se realiza con caracteres específicos. Entonces, se incrementa en 100.000 pecunios por cada uno de los rasgos seleccionados. 

Isabel, mi amiga, está rara últimamente. Se mimetiza en exceso con aquello que estudia. Además, no se encuentra bien. Se marea. Le duele la cabeza. 

Le he aconsejado que acuda a la habitación del diagnóstico. En seis horas de ingreso analizan todos tus órganos. El ordenador procesa toda la información y emite su diagnóstico. La especificidad es muy alta. El dolor causado es mínimo. Las molestias son evidentes al tener que permanecer seis horas dentro de la habitación, sin poder recibir visitas físicas, ni la utilización de ordenadores, ni otros aparatos electrónicos o de otra clase. 

Sin embargo, por alguna sorprendente e inconfesable razón no quiere hacerlo. Creo que a veces no la entiendo. 

Hoy me ha pedido que nos reunamos para hablar. La encuentro muy desmejorada, «Deberías ir a la habitación del diagnóstico», le vuelvo a decir.
«Tengo que confesarte algo», responde. «Me pasa algo muy extraño. Estoy esperando dentro de mi cuerpo un hijo. Sé que eso no ocurre desde hace siglos. Es una cosa del pasado, propio de las mujeres primitivas. He consultado muchos documentos. Creo que, como se decía antiguamente, estoy embarazada». Me eché a reír. «Isabel, deja de estudiar y obsesionarte con la vida de nuestros antepasados. Vuelvo a repetirte. Debes ir a analizar lo que te ocurre».

Isabel negó con la cabeza. No iba a ir a la habitación del diagnóstico. 

«Soy idiota», se dijo al salir. Había pensado mucho si confiarle o no su secreto. Desde luego, se había equivocado, pensó.
Ahora, además, dudaba de sí misma y de lo que le estaba ocurriendo. Por un momento, pensó que quizá tuviera razón Miguel. «Quizá esté obsesionándome más de la cuenta con la vida de nuestros antepasados», se dijo. 

Confundida, sin saber a quién dirigirse, experimentó una inmensa soledad. Su seguridad parecía tambalearse. No era su carácter. Había estado segura de sí misma. Así la habían programado. Y ahora, ¿qué haría? No entendía nada. Su programación, en efecto estaba fallando. Si seguía así, tendría que acudir a la habitación del diagnóstico. Peor sería tener que enfrentarse a la habitación del cambio. 

Nuestros mayores después de ser diagnosticados de enfermedades incurables entran en la habitación del cambio. Salen directamente y se reciclan en abono o en aquello que demande la sociedad en ese instante. Todo es rápido e indoloro. Hace años muchas personas hacían reuniones de despedida, pero hoy es una costumbre que se está perdiendo. Hemos avanzado mucho. No hay enfermedades sin cura. Se eliminan en la habitación del cambio. También se entra en ella cuando se detectan fallos de desgaste o falta de engranaje. Quizá eso sea lo que me está ocurriendo a mí.

Decidió pasar las siguientes semanas retirada en su domicilio. Apenas salió a la calle. Trabajaba desde casa. Comió más bien poco porque sentía náuseas y ardor de estómago. Y aún comiendo menos que en otras ocasiones, no paraba de engordar. Sobre todo la tripa. Era prominente. Crecía sin parar. Se estaba haciendo enormemente grande y redondeada. Casi prefería que no le viera nadie. Se quedaría sola en casa y sin visita en los siguientes meses. Cuando hablase por teléfono tendría que desconectar muchas de las cámaras que normalmente tiene encendidas.

Cuando Miguel llamaba, le daba largas. Dejaron de verse durante esos meses.

Y llegó el momento. Entonces, y a pesar de saber que muchas mujeres habían afrontado este momento solas o con muy poca ayuda, sentí un miedo atroz. Eran valientes las mujeres primitivas. Le pedí a Miguel que por favor viniera, le necesitaba a mi lado.

Cuando llegó a mi casa, tenía todo preparado. Al verme tan gorda, se llevó las manos a la cabeza. No podía creer lo que estaba viendo. Entonces le dije: «Tienes que ayudarme. Necesito que alguien esté a mi lado en esto». 

Tras unas horas angustiosas y de un dolor insoportable, nació una niña. Era guapísima y diferente a las que veíamos por la calle. La puse sobre mi pecho. No cabía en mí de felicidad. Sin embargo, permanecí hinchada. Algo seguía ocurriendo en mi interior. «¿Me quedaría así de incómoda durante mucho tiempo?», pensé. Y, de pronto, volvieron unos dolores muy intensos. No entendía que estaba ocurriendo. Entonces, nació un niño.

Nos quedamos paralizados. Estupefactos. Estábamos a la expectativa por si salía otro, pero no hubo más. 

El desconcierto de tener dos hijos al tiempo sin haber elegido ni el número ni el sexo nos turbó. Los colocamos en un gran colchón cerca el uno del otro y se durmieron.

Eran distintos a todos los que salían de Techfilius. Sin embargo, decidimos que diríamos que provenían de la factoría. 

Se sucedieron sentimientos que ninguno de los dos habíamos tenido nunca. Emoción desbordante, alegría inaudita, entusiasmo a raudales y euforia hasta llegar al paroxismo. 

Jamás había experimentado ni volvería a sentir tal estado de ánimo. Éramos protagonistas de algo único e irrepetible en nuestras existencias. Mis congéneres se pierden una de las grandes y mejores experiencias de la vida. 

Tras llorar por la tremenda emoción, nos abrazamos y nos quedamos dormidos.

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