Opinión

Inquieta

Nunca había sido celosa. Tenía una total confianza en los demás. Pero, un día amanecí inquieta.

No había conjugado la coquetería en primera persona, y ese día revolví mi armario, y repasé lo que en él había. Tras ducharme lo volví a revolver. Dudaba. Me probaba una cosa y otra. Estaba impaciente y nerviosa. Intranquila. Dejaba de lado el pantalón vaquero al que estaba acostumbrada.

Ya no cumpliría los cincuenta. Era una mujer hecha, madura. Había vivido la mayor parte de mi existencia. Era sociable. Tenía cientos de conocidos y bastantes menos amigos.

Nunca permanecí encerrada. Disfruté de los grandes momentos de mi relato vital. Creía haberlo vivido todo. Ya nada nuevo podría experimentar… y, entonces, sucedió. Le conocí.

Y de pronto, mi mundo se trastocó. Era una revolución. Una auténtica explosión en mi vida. Todo saltó por los aires.

Me transformé.

Mi tiempo se consumía estérilmente si no estaba a su lado.

Sentía celos de la brisa que acariciaba sus mejillas.

Mi ecuanimidad se desvanecía, no transigía con el aire que rozaba sus labios y el viento que secaba sus lágrimas.

Los rayos de sol que antaño anhelaba, ahora los detestaba al experimentar una profunda envidia cuando el astro rey calentaba su piel.

Las noches y sus luces trocaron su significado. Antes, comandadas por la luna me habían infundido paz, pero ahora se habían convertido en unas desvergonzadas luminarias que asomaban descaradamente en la oscuridad para contemplar su esbelta y distinguida figura.

El mar que me había envuelto y me había balanceado con sus olas, ahora acariciaba su cuerpo meciéndole a su antojo ante mi desconcertada y envidiosa mirada.

El azul intenso del cielo y su luz resplandeciente me permitía elevarme al firmamento y me hacía levitar en la paz y la calma, pero ahora me deslumbraba sin permitirme percibir sus chispeantes ojos.

La niebla que me había consentido volar bajo y empaparme de humedad, ahora me privaba de admirar su rostro llenando mis ojos de tristeza y desconsuelo.  

Los montes y el aire puro dilataban mis pulmones y ensanchaban de gozo mi corazón. Ahora se interponían entre nosotros ocultándome su fisonomía. 

Las flores con sus distintas formas, colores y esencias animaban mi espíritu y me infundían placer, pero me privaron de la sensualidad al preferirle a él.

Mis pensamientos eran recurrentes. Venía uno tras otro. Encadenados y sin descanso. Y, con cada uno de ellos un brutal escalofrío recorría mi cuerpo.

Las voces que pronunciaban su nombre me estremecían como a una niña desvalida y ansiosa de encontrar su anhelo.

Si no veo su sombra lloro desconsolada su ausencia.

Quiero…
Que mi figura se asemeje a los montes que admira.
Que mi persona se apodere de su ensoñación.
Que mi mirada temple la suya y llene de ardor su corazón.
Que la niebla llene sus ojos de lágrimas si no me encuentra.
Que el aire puro le preste el oxígeno necesario para seguir suspirando por verme. 
Que el viento le lleve mi perfume.
Que las flores le transmitan mi erotismo.
Que el tiempo se detenga cuando ocupe su pensamiento. 
Que las estrellas y la luna iluminen mi estampa para él.


No. No estoy inquieta. Estoy enamorada.

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