Opinión

Un día más en la oficina

AYER PASÓ algo raro. Nos felicitaron por la publicación de dos noticias. No es que a alguien le guste o le deje de gustar algo que escribiste, sino que nos agradecieron nuestra labor social. La primera charla me la tomé como un trámite. La segunda me hizo pensar en que tal vez un mundo mejor sea posible. Pero esa segunda llamada fue ya pasadas las dos y media. Faltaban unos veinte minutos para el Telediario. Luego me senté a comer ante la tele y disparaban a bocajarro cumbres del clima, desalojos preventivos, quiebras de empresas, refugiados desesperados e islamistas chiflados y se te quitan las ganas de volver a escribir una noticia en tu vida. Ni siquiera buena. Los periódicos deberíamos contar solo cosas maravillosas, aunque fuesen mentira: tramas criminales desarticuladas, asesinatos resueltos, premios de la lotería, lavadoras irrompibles, mesas que no cojean, escritores que lo petan. Pero los procesos judiciales nunca acaban y las lavadoras son cada vez peores. No sabemos montar mesas de Ikea y en la literatura moderna, bueno, hay de todo. Así hay que seguir como hasta ahora: ocultando que somos periodistas y diciendo que somos pianistas en un burdel.

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