Opinión

Rareza tras la muerte

AHORA QUE se murió, recordé una historia sin confirmar que leí hace años del fundador de Ikea, Ingvar Kamprad. Un día estaba el hombre en su casa de Suecia, al parecer «una casa normal», aunque no sé muy bien qué quiere decir eso, y llamó al timbre un vendedor a puerta fría. ¿Qué vendía? Pues sí: muebles. Ingvar lo escuchó con suma atención y, al parecer, le dejó impresionado. Aunque no le compró nada (la historia no es tan buena), se quedó con su tarjeta. A la semana siguiente el tipo era jefe de ventas de una de sus megatiendas. Tal vez fuese solo uno de sus vendedores, pero ese final tiene más punch. Ahora que Kamprad murió me sorprende que le pasa lo contrario que a casi todo el mundo, que tras morirse son bellísimas personas. Él no. Era un mal bicho: ¡Compraba
la ropa en mercadillos! ¡A la hoguera con él, por muerto de hambre! Y yogures a punto de caducar. ¿Pero no quedamos en que están buenos igual? Pues a mí me caía bien. Solo le reprocho que nos hizo creer que montar muebles es guay. Ingvar, mi padre fue carpintero y sé de lo que hablo: montar tus muebles es soporífero. Prefiero comprarlos en los mercadillos donde tú comprabas la ropa.

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