Opinión

Nostalgia de la ceniza

BUSCANDO EN uno de esos cajones del trabajo en desuso encontré a un viejo compañero de moralidad ambigua: un cenicero. Al verlo allí me sentí un poco como cuando en Jumanji encontraban aquel juego perverso que les llamaba con una atracción irresistible. Por si hubiera alguien de la Lomce por ahí, aunque sé que es poco probable, los ceniceros eran unos objetos más o menos decorativos (tirando a menos) en los que se echaba la ceniza y se apagaban los cigarros que no se tiraban al suelo cuando aún se podía fumar por todas partes como si no hubiera mañana, hasta que llegó Zapatero y mandó parar. Pobre hombre, quién le iba a decir que eso iba a ser casi lo único bueno por lo que lo iban a recordar.

El caso es que allí estaba el cenicero. Me llamó la atención que estaba limpísimo. No guardo recuerdos de ceniceros limpios. Se vaciaban vertiéndolo todo a la papelera y la ceniza iba creando una capa gris que no se quitaba nunca. Sentí nostalgia de los cenizeros de latón de Cinzano de la cantina de mi abuelo, allá en Trabada. Hasta de uno vanguardista que vi en Madrid al que no le encontré el hueco para el cigarro. Era un pisapapeles. Para confundirlos así, lo mejor fue extinguirlos.

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