Blog | Recto verso

No me defraude, por favor

Aquí nos enfrentamos a gente conocida a la que solo pedimos una cosa: profesionalidad

Quique San Francisco. KIKO HUESCA (EFE)
photo_camera Quique San Francisco. KIKO HUESCA (EFE)

En este oficio nunca sabes por dónde te van a caer los palos, quién te sorprende para bien o quién resulta ser un completo imbécil. O sea, nada de particular. Igual que los carpinteros, los camareros o los deshollinadores. Solo hay un matiz, que ni siquiera se da siempre, que es el de que a veces tienes que hablar con gente conocida. Esa denominación de ‘gente conocida’ ahora es mucho más simplista que hace años. Gente conocida ahora es la que sale por la tele. Y si tienes menos de 23 años, los youtubers también. Y punto. No hay más. Los novelistas, compositores, inventores o físicos de partículas no son más que cualquier otro tipo salvo esas habas contadas que todos tenemos en la cabeza (Pérez Reverte, Sabina o Stephen Hawking).

Nosotros accedemos a la gente conocida muy de vez en cuando, si acaso cuando vienen por A Mariña a culturizarnos un poco, que estamos completamente echados al monte, un poco como los personajes de los que hablaba el sábado mi compañera María Piñeiro en la última página de este mismo diario.

Ese momento en que marcas el número, suenan los pitidos y esperas la respuesta le juro a quien me esté leyendo que es impagable. Tal vez, fíjese lo que le digo, hasta merezca la pena practicar un oficio en el que es ya casi seguro que le veremos su punto final solo por estar a este lado de la línea mientras suenan esos pitidos y esperas. ¿Que qué espero? Pues espero comprobar si la imagen que tengo del personaje coincide con la persona.

En el Hospital da Costa me dijeron que tengo el oído de un niño de ocho años, tal vez por eso me gusta tanto la música, aunque yo creo que eso es más genético. El caso es que con el intercambio de saludos me formo una primera idea de cómo es el señor o la señora que luego es complicado desmontar.

Hubo sorpresas mayúsculas como la de Touriñán, un humorista que resulta ser un hombre pausado, prácticamente un filósofo. Sus seguidores no darían crédito visto el humor que hace después. Que por cierto es algo engañoso: oculta mucho más de lo que muestra, aunque el hombre haga esfuerzos importantes por hacer que parezca justo lo contrario.

Esta semana nos visitó un tipo de esos que forman parte de la gente conocida. Quique San Francisco ya era conocido desde hace años, pero El Club de la Comedia le ofreció una segunda juventud, una expresión que no sé si es muy aplicable a su caso en concreto. Forma parte de ese grupo de humoristas que saca punta a su aspecto al que une su fama de crápula que ya se le empieza a echar encima por el paso y el peso de los años.

Después de tres días detrás de él para entrevistarle, no hubo suerte: solo largas o llamadas sin respuesta. En otro diario consiguieron localizarlo, pero en la entrevista resalta a simple vista que el texto de las preguntas es kilométrico y las respuestas se ventilan en un par de líneas. Mala señal.

En este caso me da bastante igual que este hombre no tuviera tiempo para atender a la chusma. Primero porque no me tocaba entrevistarlo a mí, y segundo porque no acabo de pillarle el punto a sus chistes de mujeres con tres tetas. Pero para gustos hay colores.

Lo que me molesta un poco es esa sensación de colegueo alimentada por él mismo que luego resulta que acaba siendo un mírame y no me toques. Quien me quiera oír, que pague los diez euros de la entrada y disfrutará ad infinitum.

Qué pena. Aunque de entrada suene raro, quedan muchísimo mejor los que ya desde el principio te dicen que no conceden entrevistas. Hacen bien. Si no quieren salir, que no salgan.

Creo que como el Quique San Francisco este fue también en una época este talentazo musical de Siniestro Total que era Miguel Costas. Borde hasta la náusea, pagado de sí mismo y con repelente para la prensa acabé leyéndole en una entrevista, unos cuantos años después de haber dejado Siniestro Total, que pagaría porque alguien le llamara para algo. Pero el teléfono había dejado de sonar.

Que no se preocupe ni Quique San Francisco; ni siquiera Cristano Ronaldo. A todos, casi sin excepción, nos dejará de sonar el teléfono. Lo dice el personaje de Al Pacino en El dilema: "Soy fulano de tal de Sesenta Minutos. Si quitas la segunda parte de la frase nadie te coge la llamada". Habría que preguntarle incluso al exrey Juan Carlos cómo anda ahora su agenda.

Quique San Francisco habrá arrancado unas risas en Burela. Para eso le pagan: para hacerse el simpático.

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