Blog | Recto verso

Los ramos perdidos

ERA ANTES un día raro el de ayer. Ramos. Siempre oí que se le llamaba así, y no Domingo de Ramos, que es como un pleonasmo empalagoso. Se decía «Ramos» y todo el mundo lo entendía todo. En los 70 y por lo menos en los primeros 80 la semana que nos dejó era una buena semana para las tiendas de ropa, porque estaba instaurada en el inconsciente colectivo la idea de estrenar ropa. Supongo que venía por la circunstancia de que, a grosso modo, Ramos coincide con el supuesto arranque del buen tiempo, los niños estiraron con respecto al año anterior y hay que comprar algo nuevo. Sea como fuere, lo cierto es que en Ramos se estrenaba. No tengo ni idea de si aquella costumbre sobrevive. Ojalá no, porque era pesadísimo ir a comprar y ese domingo siempre hacía calor y las madres tenían tendencia por entonces a cubrirte de ropa que en realidad no necesitabas porque te hacía sudar, y solo estabas a gusto al fresco de la iglesia. Luego salías y los curas, a la vista de que la clientela de ese día había crecido, se demoraban muchísimo y aquella bendición parecía no acabar nunca.

También recuerdo a mi padre subiendo el sábado al monte a por los ramos de laurel. Apenas caminaba unos metros porque lo había en abundancia, no como ahora. Por cierto, creo que eso sí que cambió notablemente, hasta el punto de que como te pillen cortando unas ramas a un árbol te puede caer un paquete. Luego se cortaban y se repartían entre mis primos y yo, lo que no siempre se hacía de forma pacífica, aunque en realidad todos los esquejes eran idénticos.

Cuando al fin acababa aquella misa larguísima y la posterior bendición que también se alargaba sin razón aparente con el sol cayéndote a chorro, los padres se iban al teleclub o las cantinas y nosotros a jugar. Si había algún accidente y volvías con el pantalón roto te esperaba una buena porque se interrumpía un ciclo que gracias a dios pasó a la historia: los pantalones de domingo pasaban a ser pantalones de diario y el nuevo que estrenabas en Ramos pasaba a ser el de los domingos. Qué cosas. Lo curioso es que tampoco hace tanto tiempo de eso. Lo escribo ahora y parece una historia sacada de La Colmena pero fue, como quien dice, anteayer.

Al ir creciendo aspirabas a darle un toque personal a todo ese mecanismo engrasado que ya te iba empezando a chirriar. Lo más socorrido era ir reduciendo de forma paulatina el tamaño del ramo que llevabas. Los más pequeños llevaban un buen pedazo de árbol y conforme te ibas acercando a la adolescencia el volumen se iba reduciendo hasta un par de hojas y, al final, irte directamente al bar. Por el camino quedaban en el atrio de la iglesia infinidad de ramas y esas florecillas blancas que se deshacían pisoteadas por los zapatos lustrosos de los fieles. Ese era también un foco de problemas, porque si lo que tocaba estrenar era zapatos salías de casa con una consigna muy clara: después de misa, nada de jugar al fútbol. Procurabas no pasarte.

Luego salía el cura. Ese día siempre de negro y con el alzacuellos marcando de blanco inmaculado para dejar bien claro que no era un día cualquiera. Era Ramos y se le venía encima una semana complicada, llena de procesiones y con un ojo en el cielo porque no era extraño que lloviese o hubiese tormenta. El cura se paraba entre los feligreses y no recuerdo que ese día sucumbiese nunca a la tentación de irse a tomar un Martini, aunque puede ser que sí lo hiciese. O que algunos lo hiciesen. El que veía yo, no.

Luego había comida familiar y mucho barullo. Antes de empezar había que cambiarse para no ensuciar nada y luego la cocina estaba a mil grados. Ni mi abuela ni ninguna abuela iban jamás a la bendición porque había que cocinar y era un proceso largo y laborioso. Creo que también eso se perdió porque ahora las familias se reúnen menos y si lo hacen se encarga la comida a un restaurante o se va a comer fuera directamente.

Y ya no recuerdo nada más. No sé qué se hacía de aquellas tardes de Ramos. Para qué servían ni en qué se invertían en caso de que tuviesen alguna utilidad. Era un día hipotecado por un acto concreto que sucedía de doce a una. ¿Qué hice durante años aquel día concreto a las seis de la tarde? A saber. Jugar con la Play no, eso seguro. Es posible que irnos por el monte. Había muchos niños en las aldeas entonces y solíamos jugar a perdernos por el monte con la certeza de que no íbamos a llegar muy lejos. Pero ya no recuerdo nada que no fuese aquella sensación de pedir por favor que te gustase la ropa que te compraban para Ramos porque te iba a tocar el resto del año.

EL GUSTO
Un cambio a las calles de Burela que era muy necesario

EL PRESIDENTE de la Diputación está echando una mano al alcalde de Burela para sacar adelante una iniciativa importante para la localidad como es la de mejorar el entorno de las calles de la localidad. Se trata de unos trabajos que suelen hacer falta en casi todos los pueblos, y Burela no era ni de lejos una excepción. Además de eso, se están haciendo mejoras en el barco museo Reina del Carmen, que tal vez debería potenciarse más porque es algo que no se ve todos los días. Es el testimonio vivo de una forma de trabajar en el mar que tal vez se pierda dentro de una generación.

EL DISGUSTO
Se presuponía lo que pasaría al final con los Presupuestos

LAS PARTIDAS para nuestras infraestructuras viarias en los Presupuestos Generales del Estado son radicalmente insuficientes. No solo no cubren las expectativas sino que sueltan un tufillo a que algunas de ellas ni tan siquiera se van a ejecutar. Y lo peor es que algunas que casi con seguridad sí se van a ejecutar son insuficientes y dejan entrever lo que se va a hacer, que es una chapuza. Es lo que sucede con la dichosa carretera de la costa, a la que parecen tener en Madrid una inquina particular. Por no hablar del corredor, al que dejan ¡para 2021! Es lo mismo que decir que no se hará.

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