Opinión

Los pasteles imperfectos

UN TIPO de aspecto físico imponente: guapo, musculado sin estridencias y con ese inconfundible moreno invernal de solárium algo grimoso entró el domingo con paso acelerado en una pastelería de Ribadeo mientras yo esperaba para pagar. Dedicó treinta segundos a mirar el expositor y cuando la dependienta le preguntó qué quería se soltó con una grosería: "Quería un dulce típico, pero como todo es muy normal me llevaré seis pasteles cualquiera".

Es una lástima que no se pueda transcribir aquí su tono de desprecio por lo que veía y condescendencia por lo que nos faltaba. El hombre además de guapo era sagaz. Capaz de identificar de un solo vistazo todos los tipos de pasteles que había allí en ese momento y que no eran precisamente pocos.

También era flexible: se puso en cuclillas y estuvo como un minuto inspeccionando los del expositor de abajo sin verbalizar ninguna conclusión, solo una mueca de fastidio. No se puede competir contra quien siempre tiene la razón: el cliente. Ni sorprender a quien está convencido de haberlo visto todo. Pero se les podría pedir que nos dejasen disfrutar nuestros propios pasteles mientras ellos buscan la perfección. 

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