AHORA QUE estamos en familia podemos reconocer tranquilamente que no hay verano que se precie que no se acabe sin contar alguna aventura protagonizada por seres pertenecientes a esa fauna encantada de conocerse y que nosotros mismos integramos a veces: los veraneantes. Es como la redacción Mi verano que nos mandaban al volver al cole. No sé si será cosa mía, pero es hacer cola en alguna parte en agosto y dos de cada diez veces veo alguna patochada. Mientras esperaba a que la charcutera atendiese con una paciencia que se me antojó excesiva a una mujer que pedía un jamón cocido más y más fino sin nadie a la vista, un hombre llegó y cogió el número que ¡ay!, yo no cogí por falta de clientes. Al acabar con la mujer la charcutera se dirigió directamente a mí y el hombre saltó indignado: "¡Oiga, que el siguiente número lo tengo yo!". No saben qué difícil es rebatir a alguien malintencionado que solo tiene la razón desde un punto de vista semántico. Apareció por allí la gerente y yo di el brazo a torcer. El señor pidió 100 gramos de jamón york y al acabar entendí sus prisas: "¿No tendrá algo para el perro?". La charcutera habló en nombre de todos: "Para usted, no". Y que pase el siguiente.
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