Opinión

La reapertura de los bares

CUÁNTO ME gustó la portada del domingo de este periódico. Y ya ve: era un bar cerrado. La camarera repasaba los taburetes subidos a la barra. Yo cerré muchísimas veces el Millo en Ribadeo. Para mi sorpresa, resulté ser un empleado ocasional muy meticuloso. Lo dejaba todo impecable y perfectamente simétrico.

Una vez que había una mancha en una de las mesas que estaba limpiando acabé mosqueándome porque no conseguía quitarla ni siquiera restregándola con lejía. Aquello resultó ser un pequeño misterio. Apareció aquel día y ya no hubo manera de quitarla nunca. Era  amarillenta y Santi y Vicente, los dueños, creían que era nicotina porque eso fue cuando se fumaba en los locales con una alegría que ahora echo bastante de menos. Salvo excepciones, los bares son lugares confortables. Las excepciones son justo los que fueron diseñados para ser confortables desde el punto de vista ergonómico. No me gustan nada esos bares ampulosos con sofás en semicírculo. La gente está demasiado separada incluso para los estándares de nuestra actual cuarentena.

Claro que sobre gustos no hay nada escrito. Yo prefiero esos en los que a veces te llega el olor de lo que hay en la cocina y aunque no te conozcan de nada si te tomas dos rondas el camarero te invita a la tercera porque es lo bastante listo para saber que tú corresponderás  con una cuarta. El día que Pedro Sánchez nos deje tomarnos una caña su popularidad subirá como su espuma. Y nos sentará muy bien a todos. Pero sobre todo a él.

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