Opinión

La razón al camarero

HACE UNOS días hablaba con Carlos Triguero del maravilloso mundo de la hostelería, que él tiene dominado y yo conozco solo como mirón o de algunas incursiones ocasionales que se saldaron sin heridos. Hubo una época en la que creí que la gente tras las barras eran seres míticos que ligaban sin mesura y me daban mucha envidia porque tenían todos los discos que querían. Como a todo hay quien gane, seguro que habrá profesiones donde la gente es aún más desconsiderada con ellos, pero en esta no está mal. Para llamar al camarero vi a gente silvar, dar golpes en la barra con una moneda, con un vaso, con la mano, aullar, llamarles por epítetos que no sabes si son un halago o un insulto pero desde luego no son neutros para nada y muchas veces por uno que sí es neutro y me hace gracia: «Oye». Siempre espero que estas situaciones se den también en la sala de espera del dentista, de la farmacia o para renovar el DNI. Pero algo oculto en nuestro interior nos impulsa a situarnos en un plano diferente a los camareros y exigirles cosas que nos avergonzarían en la oficina de empleo. Pues ándese con ojo: nos conocen mejor que nuestro médico de cabecera. Y ni por esas se quejan.

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