Opinión

La nueva vida de Donald

DISFRUTÉ MUCHO estos días viendo a Donald Trump. Y no es un sarcasmo. Hace poco leí un libro sobre lenguaje corporal que me prestó alguien que no sabía lo que hacía, como casi toda la gente inteligente a la que pertenece, y ahora no puedo evitar poner en práctica lo que leí allí. Si apostase, me jugaría el cuello a que de ser ahora Trump no se presentaría para presidente. Usted lo ha visto igual que yo: el tipo está como perdido. Se le ve incómodo. Mira a su alrededor con cierta desorientación, como si de repente hubiese descubierto el mundo. El otro día con Obama chasqueaba las manos sin cesar evitando mirarle a los ojos mientras Obama, sobrado, sonreía relajado.

Tal vez se haya dado cuenta de que, después de todo, once millones de mexicanos a deportar son muchos mexicanos. O de que puede que no exista el botón para apagar internet. Y sobre todo, no seamos ingenuos, habrá recibido unas llamaditas dejándole clarinete lo que tiene que hacer. Esas llamadas no las hizo el interesado, siempre llegan de un tercero insospechado que habla de forma pausada. Y esa gente no pide. Trump lo sabe y quiere volver a su reality show porque se huele que de este saldrá escaldado.

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