Tuve un amigo que vivía en una de esas urbanizaciones en las que en un recodo del camino te topabas una garita con un guardia de seguridad y una valla que cortaba el paso. Educado solo a medias, te preguntaba tu nombre y a quién ibas a ver. Llamaba a esa casa y si allí daban el plácet, entrabas. Si no, tenías que dispararle en la cabeza para poder pasar.
En esa época pasaba casi a diario frente a la Moncloa, donde el modus operandi parecía idéntico. Había una garita no mucho más sofisticada y un policía nacional con cara de pocos amigos. Un día que Felipe González no quiso ver a alguien que insistía en pasar (fantaseaba con que ese alguien era Alfonso Guerra) se formó una cola que llegó hasta la A-6. Justo al instante aparecieron 'cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado' de varios colores y al del coche que empezaba la cola lo rodearon cuatro armarios roperos con uniforme militar y unos Cetme impresionantes. La cola se diluyó tan rápido como el Nesquik en leche hirviendo.
Recordé aquello cuando el otro día vi que cortaban la A-6 allí mismo. Pensé quién habría preguntado por Pedro Sánchez sin que le dejaran entrar. Pasaron, 30 años, pero me hizo gracia pensar que pudo haber sido perfectamente Alfonso Guerra otra vez.