Opinión

Época de filias y fobias

FUI DE los últimos en subirme al carro de la alarma del coronavirus. Ahora tengo sensaciones contrapuestas. Me acongojan esas imágenes de hospitales rebosantes, esas noticias de mascarillas inoperantes, las declaraciones de líderes mundiales mirando hacia otro lado, las morgues descomunales. Sin embargo sigo muy tranquilo en lo del miedo al contagio.

O eso creía hasta que el lunes me sorprendí a mí mismo dándome cuenta de que había tocado el pomo de una puerta y preguntándome quién habría estado toqueteándolo antes. No mucho después pagué el periódico y desconfié del dinero recordando una frase recurrente: «No hay nada más sucio». Para rematar, al volver a casa me despisté y toqué con el dedo desnudo al botón del ascensor. Mierda. Por alguna razón me dio por pensar que, si me contagio, será a través del botón del ascensor.

Aunque intenté no toquetearme la cara, la verdad es que me puse directamente a escribir esta misma sección y me atasqué un millón de veces. En todas y cada una de ellas me llevé la mano a la boca, me froté los ojos o me rasqué la oreja derecha a ver si se me aparecía una musa a lo Aitana Sánchez Gijón pero a poder ser algo más salerosa. Solo se me apareció Mamen Mendizábal, que es todavía más siesa, y me gritó que me lavase las manos con cara de pocos amigos y que me pusiese a escribir de una vez y dejase de lloriquear. Ya no sé si es que me cae mal Mamen Mendizábal y sigo enamorado de Atiana Sánchez Gijón o es solo que soy un lunático.

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