Opinión

El regreso de los mitos

LOS MOMENTOS en los que se evita hacer leña del árbol caído son más bien escasos. Quizás por eso cuando se localiza uno conviene examinarlo. No me hubiese gustado estar en el pellejo del Rafa Nadal de 2015. No porque le fuese a ir mal, que hace ya años que tiene la vida resuelta, sino porque las expulsiones del Olimpo tienen una digestión similar a la de la lejía. En esos momentos suele aparecer alguien con la motosierra por cuestiones de lo más peregrino, como que hablas catalán en la intimidad, que tuviste un lío de faldas, que eres un niño pijo. Qué sé yo. Pero cuando Rafael Nadal hizo el ridículo en las pistas se le miraba como ese amigo abstemio que un día sin venir a cuento acabó como una cuba: fue un desliz, un pecadillo mundanal. Creí que iban a ir a por él por lo del implante de pelo, pero al final no. Tiene que ser terriblemente farragoso que te readmitan en el Olimpo. Incluso a nivel de papeleo sentimental debe de ser agotador volver a tenerlo todo en regla para no deshacerte en lágrimas y quedar sepultado bajo la Copa de los Mosqueteros de Roland Garros. Hubo un momento que casi se le cae, pero él la pilló: eso es una metáfora y no las de Pérez Reverte.

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