Opinión

La cuarentena impertinente

ME CONTÓ mi compañera María Piñeiro una historia rocambolesca parida por el confinamiento repentino. Era de una pareja que se separaba. Se rompió la relación pero quedaba un último escollo: el de cada uno a su casa. Es decir, quedaron separados oficialmente pero conviviendo en el mismo piso. Si al principio podía pensarse que tendrían tiempo para limar asperezas, ahora ya está claro  que tienen demasiado tiempo y doy por hecho que si ya no se soportaban a estas alturas tal vez uno de ellos sea de los que vemos por la tele que detiene la Policía por la calle y están fuera de sí.

Con todo lo espectacular que me pareció en su momento, palidece al lado de lo de Alfonso Merlos. Ilustre miembro de la cofradía del periodismo de enfado permanente estaba haciendo un profundo análisis del coronavirus y ya podía estar desvelando que tenía en su poder la vacuna definitiva que nadie le prestó ninguna atención al meterse en plano una joven semidesnuda que, ¡ay!, resultó no ser su pareja oficial. La gracia está en que el tal Merlos es de los que nos sermonea con el machete entre los dientes a diario sobre lo mal que lo hacen todos todo el tiempo. Ahora nadie le rebatirá nada en las tertulias. Se limitarán a mirarle con esa sonrisa de "no nos importa nada esto que nos estás contando. Pájaro".

A Merlos la cuarentena se le va a hacer corta. Tanto criticarla y acabará rogando a Pedro Sánchez que la alargue tres meses más a ver si la gente deja de ver mujeres desnudas cada vez que sale su careto.

Comentarios