Blog | Recto verso

Atención: obras

Todos queremos una ciudad cómoda, pero que no nos incomode tener que conseguirla


JAVIER CASTIÑEIRA empezó a notar el sábado que las peatonalizaciones no son lo que parecen. Al menos no si el alcalde eres tú. Creo que ya se contó aquí, aunque puede que no, una parte de las desventuras que vivieron en Ribadeo el entonces alcalde Eduardo Gutiérrez y el que era su delegado de tráfico, Javier Miró, cuando se les ocurrió la feliz idea de peatonalizar el centro del pueblo. La idea, como queda dicho, era feliz. El tránsito hacia ella, no tanto. Es un tópico recurrente en el que no debemos caer los que trabajamos en esto, pero uno más no le hará daño a nadie: los adelantados a su tiempo suelen pagar cara su osadía. En aquel caso de Ribadeo tanto ellos como sus familias tuvieron que aguantar un chaparrón de los que te calan hasta la osamenta. Las calles estuvieron meses levantadas. Los comerciantes prácticamente se alzaron en pie de guerra y les acusaron de buscarles la ruina a sabiendas. Era finales de los 80 y eso disculpa un poco aquel posicionamiento tan brusco contra un proyecto que avanzaba algo impagable: el futuro. Y contra lo que a veces pasa, era un futuro mejor. Pero el marrón se lo comieron a base de bien.

Recuerdo haber cubierto un sábado por la mañana la presentación del "proyecto de humanización" de las dos arterias centrales de Foz. Entre los presentes, incluyéndome a mí, había una unanimidad aplastante sobre las bondades del concepto y del proyecto. Creo que fue a Elena Candia y al presidente de la Acia, José Carlos Paleo, a quienes les comenté aquel episodio de Ribadeo, pero todos salvo yo estuvieron de acuerdo en que nada de eso iba a pasar en Foz, porque las bondades de la peatonalización estaban ya más que demostradas. Sé que suena a chulería, pero en aquel mismo momento pensé para mis adentros que era casi seguro que eso es lo que les estaba transmitiendo la gente, que querían eso. Lo que nadie quiere vivir es el proceso.

En esencia, lo que a la gente le gustaría es levantarse una mañana y que la calle estuviese ya peatonalizada o semipeatonalizada; bien peraltada, con naranjos en flor, macetas gigantescas cubiertas de malvavisco y papeleras de diseño repartidas a tutiplén.

Lo que se me pasó por la cabeza en aquel momento en Foz es que no estaban calculando que a nadie le importa un pito el subsuelo. Nadie quiere saber absolutamente nada de cambiar las canalizaciones de agua, de reforzar el saneamiento, de instalar tubos para los infinitos servicios que tenemos ahora: fibra óptica, gas natural, electricidad, telefonía normal... Todo ello va bajo tierra y hay que instalarlo. Pero es un engorro y lleva tiempo. Los vecinos tienen que sufrirlo y ¿a quién le van a reclamar? Pues al alcalde, que para eso está. A nadie se le ocurrirá pegarle un bufido por la calle a Lorena Seivane, la portavoz del BNG, porque un obrero con una taladradora gigante, o lo que a él le parece gigante, comienza a trabajar a las ocho y media de la mañana y no para hasta la una.

Y luego está el inevitable problemón del tráfico y la reducción de aparcamientos. Aquí (en España en general, diría yo), queremos coger el coche y aparcar en la puerta de a donde sea que vayamos. Da igual que nos tengamos que desplazar 150 metros. Siempre es demasiado e intolerable. Todos somos ingenieros de caminos y haríamos las cosas mucho mejor.

Pues no. No es así. En Foz, como pasó en Ribadeo, Viveiro o Mondoñedo, si quieren peatonalizar esas calles, que ya están tardando, van a tener que aguantar mecha como hicieron los demás. Y ya puede tener Castiñeira bien diseñado un plan de aparcamientos alternativos de cara al futuro, porque no es difícil adivinar que le van a dar duro por ese lado. Y muchos de los que ahora están emocionados con el asunto pronto empezarán a poner pegas insospechadas.

Los comerciantes que con tanto entusiasmo le manifestaron al presidente de la Acia su impaciencia por contar con calles nuevas y modernas no tardarán en empezar a ponerse nerviosos. Y al principio no será nada. La pirotecnia de verdad llegará con los meses de julio y agosto.

Ya puede Castiñeira tener preparado un buen destino vacacional en el que aislarse del mundanal ruido porque lo va a necesitar cuando empiecen a contarle eso de que cuando realmente los negocios consiguen ganarse el sustento de todo el año es "de quince a quince", como se dice por aquí, en alusión al 15 de julio y al 15 de agosto.

Si es que ya se ve estos días: nunca llueve a gusto de todos. Eso sí, también le digo que dentro de cinco años se lo agradecerán. Si la cosa bien, entre esto y la residencia, lo mismo le alcanza para la mayoría absoluta.



EL GUSTO: Ramón Marful dio muestras de su tirón en Burela

EL PREGONERO de las fiestas de Burela, el sacerdote Ramón Marful, demostró el pasado sábado que dejó un excelente recuerdo entre sus antiguos fieles. El auditorio de Burela estuvo a reventar para escuchar el pregón de este hombre que, pese a los aprietos en que le puso la enfermedad de párkinson que padece, fue capaz de ofrecer un pregón ameno en el que hizo gala de un excelente sentido del humor y en el que en ningún momento perdió la sonrisa. Es heredero de otros tiempos, de una Burela diferente que seguro que, al llegar, no se parecía en nada a la que dejó cuando colgó los hábitos.



EL DISGUSTO: Otra derivada de los problemas con los cambios en las calles

SI EN la sección principal de esta página aludimos al disgusto que estos días sin duda acompañará a Javier Castiñeira, no podemos dejar de posar nuestra mirada en el que está tragando su colega vecino de Burela, Alfredo Llano, inmerso en un proceso de características prácticamente similares y que en su caso todavía está en fase de redacción. Aún así, ya le creó algún problema y seguro que en el pleno que se celebra esta misma noche continuará creándoselos. Lo dicho: a todos nos gustan los cambios, siempre y cuando no haya que dar un rodeo para esquivar una valla. Eso es intolerable.

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