Opinión

Alteración de conceptos

HAGO LISTAS de lo que ya no necesitamos y son infinitas. Algunas trascendentes y otras pasajeras. Pero con todas te quedas un poco triste porque van pasando los dí­as y la normalidad queda lejísimos. Antes, para hacernos los guays, escribí­amos: «La normalidad, sea lo que sea eso». Ahora ya no. Ahora nos quedó a todos cristalino qué es la normalidad. La normalidad es lo que entra en esas listas y que ya ni hacemos ni utilizamos. Dar cuerda a los relojes porque nos importa la hora que es. Descuidar las cosas de casa porque si se rompen habrá alguien que las repare. Escuchar la palabra 'curva' y pensar en la Nacional 640 y no en la muerte. La normalidad es extrañarse de ver a la gente con mascarilla por la calle. Que las camisas de fuerza sean un artí­culo para un sector muy concreto pero no recomendado en general como método más fiable para prevenir los abrazos. Que se venda más agua oxigenada que alcohol. Que los del cine se quejen porque va poca gente y en cambio no abran la boca cuando literalmente no va ni un alma. La normalidad es tener cuidado en no combinar rojo con naranja cuando nos vestimos. Recordar que nos olvidamos de que quedamos con alguien. Tener sin estrenar la videollamada del Whatsapp. Que el presidente del Gobierno no te cargue con el peso de que tu trabajo es imprescindible para que sobreviva nuestra civilización o bien que puedes irte al paro una temporada que no hay para tanto. La normalidad, en fin, es aspirar a algo más que a sobrevivir.

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