Opinión

El aire de Juan Carlos

ME CUNDIÓ la visita del antiguo rey a Sanxenxo, la verdad. A lo mejor no hubo tanta juerga a su alrededor, pero daba gusto verlo ocupar el trono que le construyeron en el Bribón. El hombre se fue sin decir adiós, sin un grito ni un lamento, que cantaba Tam Tam Go.

Pero esa estampa de cuatro personas ayudándole a subir a un yate para sentarlo en un trono, de mentira pero de cuero mullido y de un negro reluciente fueron de lo más monárquico. Hicieron muy bien instalándole ese trono en el yate para que al hombre le siga dando en la cara el aire del mar porque seguro que lo necesita. Los borbones son una familia francesa que no está hecha para vivir entre la arena del desierto porque por más que de once de la mañana a cinco de la tarde se puedan esconder en el palacio de ‘Las mil y una noches’, al final sacas la cabeza a las seis y boqueas porque el aire te abrasa los bronquiolos. Es en ese momento cuando Juan Carlos echa muchísimo de menos Sanxenxo y el viento del Atlántico acariciando su rostro de rey exiliado que cada vez se ve menos en las monedas. Me pregunto quién pagará todo eso del Bribón y cuánto costará tunearlo así. Imagino la respuesta y también yo necesito salir un rato a que me dé el aire.

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