Blog | Recto verso

Puedo prometer y prometo

ESTOS DÍAS atrás, y me temo que en los que vendrán, pude ver varios programas electorales. Además leí alguno en este mismo periódico, imposible de reproducir íntegramente porque precisaría dejar sin espacio a las semifinales de la Champions, y hasta ahí podríamos llegar.

Los programas, como las vallas, están hechos para saltárselos. Y si tienes la coartada de «la herencia recibida» entonces ya puedes directamente hacer una pira funeraria con ellos porque al cabo de cuatro años es imposible localizar un solo ciudadano de a pie capaz de citar siquiera uno de los principios irrenunciables por los que pusiste la mano en el fuego.

En este año 2015, en el que la democracia en España adquiere tintes prosopopéyicos, hinchada como un pavo en celo con citas electorales de todo pelaje, los redactores de programas políticos deben estar tan estresados que no admiten la más mínima crítica, ni siquiera las destructivas, que por lo general son las únicas con las que te quedas, porque las constructivas son mucho más conocidas por ‘palmadas en la espalda’ y no sirven más que para hinchar el ego de quien las recibe y muchas veces rellenar la chequera de quien las extiende.

Dicho todo esto, a mí me encantan los programas electorales. Sobre todo los faraónicos. Esos ante los que solo caben dos posturas posibles: la incredulidad o la comunión con ruedas de molino. Como el de Esperanza Aguirre: «Bajaré el Ibi un 50%». ¡Hala! Casi prefiero no saber cómo compensará la pérdida de ingresos, porque sigo teniendo muchísimo aprecio por Madrid y la ciudad ya anda la pobre bastante mustia como para que me la sigan podando todavía más. Y como va a ganar de calle, vivo muy feliz en la ignorancia cuando voy allí de visita, aunque últimamente, he de admitirlo, me echen para atrás los mendigos que se apelotonan en las calles como gajos en una naranja. Generalmente extranjeros.

En A Mariña (ciertamente en casi ninguna parte) no somos tan dados al espectáculo como Esperanza Aguirre, de modo que las promesas electorales con que nos atizan son mucho más domésticas y digeribles, como una copichuela de guinda casera en comparación con un chupito de tequila.

A casi nadie se le va la mano, aunque aún así hay una tendencia enloquecida hacia la cantidad. Por ejemplo: el martes, el BNG de Viveiro presentó un programa electoral con 123 propuestas electorales. Bernardo Fraga, su portavoz, es una persona a la que casi no conozco pero que me cae bien. No soy tampoco un gran conocedor del estado en el que se encuentra Viveiro, y tal vez necesite incluso más de 123 medidas correctoras. ¿Pero de verdad es necesario presentar un programa con 123 promesas listas para desparramar por los buzones? Si yo fuese a ser alcalde de algo me cuidaría mucho de hacer más de media docena de promesas, y aún así estoy convencido de que no las cumpliría todas. No digo nada con 123. Y que quede claro, pongo aquí a Bernardo porque cuando escribo esto es el primero que se me vino a la cabeza, pero el viernes se presentó el programa del PP de Ribadeo y si no tenía 123 puntos para dejar el pueblo mejor que Allariz, no le andaba lejos.

BNG de Viveiro, PP de Ribadeo y así sucesivamente, todos elaborando larguísimos programas electorales, bien ensamblados como el argumento de ‘Guerra y Paz’ pero con el mismo problema que la Biblia: en realidad ya nadie la lee.

Bien es cierto que los programas electorales a mi estilo tienen un serio problema: tal vez alguien podría recordar algo. Es decir, pongamos que una de mis medidas estrella sea algo bien simple y por cierto muy demandado en cualquier parte: «Prometo tener el pueblo limpio». Ya, ya. Luego hay que ir detrás de los dueños asquerosos de los perros que les permiten andar de vientre donde se revuelcan los niños a la salida de la guardería; comprar papeleras que cuestan un riñón y encima estar atento para vaciarlas; limpiar los contenedores para que no se conviertan en armas biológicas; pedir al otoño que, si no le importa, no deje caer todas las hojas de los árboles al mismo tiempo; redactar periódicos tan interesantes que la gente quiera conservarlos al día siguiente y no dejarlos tirados por ahí. Cosas así. Parece fácil, pero a lo que se ve no están al alcance de cualquier concejal de medio ambiente. Y no nos engañemos, tampoco al alcance de cualquier ministro. Que ya me gustaría a mí ver a Luis de Guindos gestionando los turnos del cuerpo de barrenderos de Foz un mes de agosto. Sí amigos, hay que tener cuidado con lo que se promete, porque un día puede venir alguien y pedirte que lo cumplas, ¿y entonces qué? Yo diré que me es imposible. Por la herencia recibida.

EL CORRELINGUA tiene la negra en A Mariña. Cada año, pese a que se celebra en mayo, amenaza lluvia, de modo que la organización, que recayó en Dores Fernández Abel, tiene que tener dos escenarios previstos, como los neumáticos en las carreras de fórmula 1: uno para seco y otro para mojado. También hay que decir que este año, como viene siendo habitual, las cosas les salieron fantásticamente y el recorrido, de Illa Pancha al centro de Ribadeo, fue todo un éxito. Así que pueden apuntarse dos tantos: uno por la organización y otro por tratarse de una iniciativa aún muy necesaria.

LA SUBDELEGACIÓN del Gobierno, que lleva Ramón Carballo, tiene tendencia a restar importancia a los robos que se producen en la comarca de A Mariña. Juran y perjuran que se trata de una comarca de lo más tranquila, donde todo se desarrolla en un ambiente de cordialidad y los ladrones piden por favor que les dejes entrar a las cuatro de la mañana en tu negocio para reventarte la tragaperras. Ese optimismo hay que decir que no es compartido por nadie en toda la comarca y no se trata de colores políticos, sino de sensaciones. Los robos se suceden y las detenciones no. Siempre pierden los mismos.

Artículo publicado en la edición impresa de El Progreso de el lunes 11 de 2015.

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