Blog | Recto verso

Pánico al mundo

UN SUCESO PREOCUPANTE que al final quedó en nada da para pensar en cómo lo que vamos dejando atrás es un modo de vida. Hace unas semanas un niño pequeño estuvo perdido de sus padres en Ribadeo durante más o menos una hora. La familia, con la lógica alarma, comenzó a llamar a la Guardia Civil justo cuando el pequeño apareció sano y salvo. Simplemente se había quedado con otro amigo y fin de la historia.

Como algo de eso me tocó de forma directa luego pensaba en qué pasaba cuando en 1977 yo, o cualquiera de mi generación, faltaba una hora de casa y la respuesta es evidente: absolutamente nada.

Yo me crié en una zona de Ribadeo que ya comenzaba a ser una especie de extrarradio. No tan apartado de la civilización como mi compañero Santi Jaureguízar, pero sin conexión alguna con lo que entonces era el centro del pueblo. Para que se hagan una idea, alquilábamos habitaciones durante el verano y en una de esas mi padre fue a buscar a un hombre interesado. De camino a casa el tipo huyó despavorido convencido de que mi padre le iba a asaltar porque para llegar a mi casa no había luz ni asfalto siquiera, y eso que estaba a 200 metros de la muy señorial calle San Roque.

En aquel entorno, yo alternaba varias casas de los vecinos para echarme la siesta. Te ibas de casa y nunca se te ocurría decir a dónde. Había un horario más o menos estricto para comer y cenar, eso sí. Esa es una de las batallas que libras en la adolescencia: crearte tus propios horarios al margen de los que la familia lleva practicando desde antes de que nacieras. Ese es un símbolo de independencia muy poderoso.

Lo más normal era coger la bicicleta y marcharte por ahí a cazar lagartijas, tirar piedras, colarte en los garajes o en los edificios en construcción y apilar tesoros que iban desde ramas con forma de pistola a tirachinas rotos. Todo ello sin limitación horaria alguna. Cuando se jugaba al fútbol se hacía en plena calle porque los coches pasaban muy de vez en cuando y siempre tenían el detalle de pararse. Cuando les pegabas un balonazo, que no era nada infrecuente, el señor maldecía por la ventanilla, pero muy rara vez la cosa pasaba de ahí. En tal caso, había una desbandada generalizada y casi nunca pillaban a nadie. Si alguno caía, ya sabía lo que le esperaba.

Todo eso se acabó. Ahora en el parque un niño falta de la visión de sus padres cinco minutos y se crea un drama. Además justificado. Creamos un mundo tan inseguro que si un niño se pierde lo primero que piensas es que asoma una catástrofe. Porque la sensación de inseguridad es ahora tangible. Adquirió la forma de secuestros que salen por la tele, de padres enajenados que parecen haber surgido de 15 años a esta parte porque antes no recuerdo que pasasen esas cosas.

Claro que tampoco hay que ser un kamikaze y sí algo matemático. Hasta el momento no se dio ningún episodio de estas características en A Mariña. No es que aquí no haya pirados, que los hay a patadas, pero hasta ahora ninguno de esas características. Aún así, es imposible sustraerse al resto del mundo y seguir respirando con normalidad.

Lo que sucede básicamente es que poco a poco fuimos inyectando en nuestras parcelas la misma sociedad que en cualquier otra parte. Lugares sin espacios para jugar, donde ir en bici es un problema porque hay que llevar casco y tener mucho cuidado porque las calles están infestadas de coches y ya es imposible jugar al fútbol por ahí a no ser que te organices y alquiles algún recinto deportivo.

Siempre tendemos a pensar que el otro es el enemigo, que si un niño se pierde es por algo muy malo y lo peor de todo es que seguramente todo eso sea casi siempre cierto. Es el mundo que nos labramos y ahora va a ser muy difícil desmontarlo.

La cosa llegó a tal punto que ahora hay que andarse con cuidadín, de forma muy especial, en casa. Antes era un lugar neutro, podía ser un refugio o una cárcel en función del humor de los padres. Ahora es un lugar sospechoso porque hasta hay que andarse con ojo de qué miran los niños en los ordenadores. Es ese mundo exterior al que no le basta con haber conquistado nuestras calles, nuestras plazas y hasta nuestras playas que conquistan también los salones de nuestras casas y las habitaciones de nuestros hijos.

Al final puede que realmente la cosa no sea tan negra ni haya que alarmarse tanto, pero es muy difícil sustraerse a este estado preventivo en que nos instalaron y del que por cierto participamos con un gran entusiasmo.

EL GUSTO Recuperar la memoria es un ejercicio muy sano

EL GERENTE del Consello da Cultura Galega, su componente Pilar Cagiao y la concejala ribadense Ana Martínez presentaron un proyecto de recuperación documental de la memoria de la emigración en Ribadeo. Es un ejercicio muy sano que además puede contribuir a que la fiesta indiana que se celebra el segundo fin de semana de julio en la villa ribadense no derive solo hacia una fiesta temática sin más, sino que se la aliñe con algo que sirva para recordar ese fenómeno que, en realidad, fue una auténtica desgracia: la emigración. Aquí sabemos mucho de ello y por eso está bien no olvidarlo.

EL DISGUSTO Una situación rara en la que es complicado acertar

LA ALCALDESA de Viveiro se encuentra metida de lleno en uno de esos procesos judiciales que están de moda. Son esos juicios en los que el común de la gente no comprende de qué están acusados y en el que cuando se explican las circunstancias del supuesto delito todo el mundo se asombra. Uno más de esos casos que hizo germinar en la gente la idea de que no todos los investigados (los imputados de antes) son iguales, ni mucho menos. Ahora le toca a ella, luego le tocará a otro a saber de qué partido, pero siempre con un denominador común: el daño, por si acaso, ya está hecho.

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