Blog | Recto verso

Nuestras tribus urbanas

NUNCA PESA tanto el concepto de pueblerino como cuando lo experimenta uno mismo y además es consciente de ello. A mí me pasó con 18 años, cuando en primero de carrera mi clase estaba poblada por una nutrida variedad de tribus urbanas: punkis, góticos, heavies, pijos, marineros mesetarios, deportistas, gafapastas, protohipsters, chicas Play-Boy, chulapos, perroflautas, garufas y yo. Bastante acomplejado en aquel batiburrillo, una de las grandes sorpresas que me llevé, y de la que en cierto modo aún no me repuse 25 años después, es que (casi) toda aquella gente era de lo más normal, pero con el pelo de colores.

Tengo que decir que en eso avanzamos una barbaridad. En 1989 aquí estábamos casi todos cortados por el mismo patrón. La mayor transgresión que recuerdo me la encontré cuatro años antes, en primero de BUP, cuando al llegar al instituto me encontré una pandilla de chicas con el pelo ligeramente teñido, vaqueros desmenuzados y unas camisetas muy llamativas todas con el careto de Madonna en el disco ‘True Blue’, donde estaba ‘La Isla Bonita’. También había un sector de yonkis cuyo volumen fue creciendo en pocos meses y que tenían también una estética muy particular en la que, no sé si era casualidad, pero primaba el gris. Uno de esos recuerdos que se te quedan ceñidos a la vida es de un grupo de aquellas fans improbables de Madonna cantando ‘Papa don’t preach’ mientras echaban un cigarrín en el pasillo en un cambio de clase.

Con este trabajo pude conocer a alguna gente de por aquí que responde más o menos a esa tipología social descrita en el primer párrafo y, como pasó en 1989, comprobé que es gente totalmente normal. También gracias a este trabajo me asomé, aunque sea por encima, al trabajo que hacen algunas personas diseñando cosas para ponerse.

El espectro social en A Mariña se abrió del mismo modo que lo hizo en cualquier otra parte

Cuando paso por Foz me llama muchísimo la atención una tienda espectacular en la que además de tatuarte te venden todo tipo de indumentaria vinculada más o menos a ese mundillo, que maneja unos códigos que me son completamente ajenos. Conozco varias tiendas de todo tipo destinadas a gente que aspira a vestir como la Preysler, y un montón para surfeiros verdadeiros, en las que por cierto sus precios me hacen perder el equilibrio.

Resulta que tenemos una comunidad más o menos asentada de seres humanos permanentemente vestidos de negro, aunque no sé si por influencia de The Cure. Antes toda esa gente quería parecerse a su cantante. Una vez fui a un concierto suyo en Las Ventas y cuando tocaban los teloneros, que era a los que yo iba a ver realmente, miraba al tendido y estaba totalmente lleno de réplicas de Robert Smith: gente vestida de negro con el pelo subido y echado hacia un lado y la cara maquillada de blanco. El auténtico Robert Smith podría moverse por allí sin problema alguno porque nadie le hubiese reconocido.

En A Mariña siempre hubo una abundante comunidad de heavies. Ya en el colegio los había. Era una cosa muy seria porque llevaban el pelo largo y escogían su canción del verano de entre los discos de AC/DC, Iron Maiden y Black Sabbath. Luego empezaron a escuchar a Pink Floyd y ya solo quedan unos cuantos de aquella hornada que se mantienen puros.

Pero con todo, lo que más me llama la atención es la tremenda aparición de gentes aficionadas al mundo del jazz. Y es porque soy un militante radical contra ese estilo de música que me resulta enervante.

Sus defensores, en cambio, destacan por su normalidad visual. Es realmente complejo descubrir a un fan de la música jazz solo con verle comprar un kilo de tomates. Pero ahí están agazapados, con sus dodecafonías, sus solos de no sé qué y sus improvisaciones. En Burela hay un local que incluso hace una especie de ciclo anualmente de conciertos que encuentra un éxito, digamos, moderado. Para mí es un éxito apoteósico todo lo que supere la media docena de asistentes.

Mientras, en la comarca se van reproduciendo como setas, al igual que sucede en el resto de España, una infinidad de grupos musicales del más variado pelaje salidos casi siempre de una autoconcepción social previa. Ahora tenemos de todo. Desde grupos indie hasta algunos que tendrían difícil encaje en el Resurrection Fest.

Esta normalidad es siempre satisfactoria e indicativo de un avance social formidable. Sin embargo, no deja de tener cierta gracia cruzarte con una panda de chicas fumando Ducados en un instituto mientras cantan ‘Papa don’t preach’. Nunca las castigaron ni por una cosa ni por otra.

EL GUSTO. El Ribadeo de Tapeo sigue siendo un gran referente

ESTE AÑO el Ribadeo de Tapeo cumplió su décima edición y lo hizo con nuevos avances en la organización, que hacen de él un evento de referencia en la comarca, no ya por la gastronomía, sino porque a su alrededor orbita una amplia serie de actividades paralelas que tienen como epicentro las tapas que se vendieron al precio de un euro durante los diez últimos días en Ribadeo. Ahora Ana Martínez tendrá que hacer balance de cómo fueron las cosas a nivel de cifras y, aunque no sean imponentes, el movimiento que genera merece la pena sobradamente para que esto siga cada vez más impulsado.

EL DISGUSTO. La avipa velutina volverá a hacer estragos en la zona

TRAEMOS A esta sección a alguien que no se quejará aunque esperemos que no tome represalias: la población de avispas velutinas comenzará de nuevo a partir de ahora a hacer estragos. Su época de mayor actividad se inicia y es ya conocido cómo se las gastan en la comarca de A Mariña. Poco a poco fueron apareciendo sus nidos cada vez en más municipios y hasta se fueron expandiendo hacia el este llegando a saltar a la vecina Asturias. Las zonas de Xove y Cervo son las más afectadas, pero los vecinos de todas partes deben tener mucho cuidado de manejar bien los nidos que se encuentren.

Artículo publicado este lunes 18 de mayo de 2015 en la edición impresa de El Progreso

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