Blog | Recto verso

Estómagos agradecidos

DURANTE MUCHOS años un buen amigo tuvo un restaurante en Arante. Bueno, los padres lo tenían. Allí la portadora del fuego era la madre, algo que se adivinaba ya en el nombre: Casa Dina. Dina dio de comer a diario durante décadas a muchísima gente de la que trabajaba por la zona sur del municipio de Ribadeo y en todo ese entorno colindante con varias parroquias de Barreiros y Trabada. En cuanto tuvimos coches, hicimos bastantes incursiones en aquel olimpo de los excesos. Una de ellas para comer callos a las tres de la mañana. Pero esa es otra historia.

A finales de los 80 la clientela de Dina comenzó a pegar un viraje interesante desde un punto de vista sociológico. En Arante y su zona de influencia, por así decirlo, fueron menguando los obreros a los que procurar el sustento de la una. A cambio fueron creciendo los turistas plastas como nosotros. No, hay que ser justos: mucho más plastas que nosotros. Las motivaciones que impulsaban al personal a coger el coche y recorrer unos 15 kilómetros para ir a un restaurante se resumían en una sola: Casa Dina se había hecho famosa. Y en este punto mentaremos a Mourinho. ¿Por qué? Pues por lo pantagruélico de su oferta a cambio de un precio tan ridículo que daban ganas de pedirle a Dina que, por favor, te dejase ayudarle a fregar a los platos; pero otro día, cuando se te hubiese bajado el ternero. Poco a poco se fue corriendo la voz y Casa Dina se llenaba de gente llegada de Ribadeo, sobre todo los fines de semana. Para ser sincero, no tengo ni idea de cómo le fue el restaurante, que ya cerró por jubilación, pero ojalá se haya hecho multimillonaria. Tuve que ir cuatro o cinco veces para que todo aquello dejase de impresionarme. Nada más sentarte te ponían delante, por gentileza de la casa, una empanada, lo que muy bien podría ser un jamón en lonchas y el equivalente a una restra de chorizos. Después, nunca entendí muy bien esta parte, solía haber truchas, algunas de las cuales sospecho que no fueron pescadas, sino abatidas. Luego había una variante sin un patrón definido: caldo gallego o sopa. Y a partir de ahí empezaba la comida que, ingenuamente, habías pedido al sentarte con la esperanza de que eso era lo que te ibas a comer. Cuando acababas lo que pedías, los camareros aparecían en el comedor con fuentes de algo como carne asada o una paletilla al horno. A los postres tú pedías uno y sin saber cómo en la mesa aparecían tres o cuatro. Cuando creías que era el momento de reventar y dejar este mundo cruel, aparecía Dina con un gran bol de requesón. Cuando ibas a pagar llorabas porque era lo único que te permitía hacer la tiroides y los madrileños de las mesas de al lado miraban incrédulos la cuenta o se sonreían en la convicción de que habían estafado a Dina.

La gastronomía se convirtió en una baza turística en A Mariña gracias a su diversificación

Como le pasó a Dina en Arante escuché historias parecidas en otras partes de A Mariña. Hubo una famosa en Viveiró (sí, con tilde en la ‘o’) que también fui a visitar. Allí te sentabas y no había que molestarse en pedir: la comida rulaba de mesa en mesa en un bucle sin fin aparente. No sé si siguen abiertos.

Algo pijos nos hicimos en esto. No quedan ya muchos sitios así y nuestros restaurantes evolucionaron tanto que hay que verlos. Cerró uno a las afueras de Vegadeo donde daban pétalos de flores. Hay por ahí alguno donde te sirven de esos platos que combinan antagonismos aparentes: frío y calor, dulce y salado con nombres de tres renglones. Son esos donde te dan carpaccio de algo con espuma de algo.

Pero lo más interesante que le veo a la gigantesca hornada de restaurantes que pululan por esta zona y que están a punto de hacer el agosto, en sentido literal, es la clase media. Es una pena que no sea nada elegante dar nombres, pero conozco sitios donde el menú de nueve euros es básicamente un lujo. Y no soy un diletante: pagué 40 euros por comer en sitios que por solo 14 debería haber pedido el libro de reclamaciones.

En las encuestas, webs, foros y todas estas gaitas siempre destacan nuestros visitantes que lo de comer es una de las cosas que más nos valoran. Esto significa que también esta gente tiene un granito de responsabilidad en eso del éxito turístico. En mi opinión es más que un grano, es una roca de gran tamaño contra la que podríamos estrellarnos.

Ya sé que algunos comensales no se merecen nada que no sea una ración de laxante. Pero amigo: son gajes del oficio. Yo también quería hablar aquí de Podemos, pero dice mi subdirectora que mejor de cosas de la comarca. Hoy me acordé de Casa Dina y mi primer impulso fue dejar de comer en tres días.

EL GUSTO. Una última gestión que demuestra un buen perder

EMMA ÁLVAREZ Chao, hasta el sábado alcaldesa de Lourenzá, recordó la iniciativa puesta en marcha a través de una aplicación para móviles con la que avisar de las incidencias que se producen en el municipio. Aunque ya lo había avisado con anterioridad, el hecho de hacerlo a solo tres días de ser sustituida en la alcaldía por Rocío López, del PSOE, hace que la exregidora se convierta en un verdadero ejemplo de saber perder que desde luego no todos nuestros políticos encajan del mismo modo. Son importantes ambas cosas: saber ganar y saber perder y dicen mucho de la gente.

EL DISGUSTO. La respuesta del concurso para una pintura en Ribadeo

EL CONCELLO de Ribadeo, por iniciativa de la delegación de desarrollo local y turismo, cuya responsable es Ana Martínez, tiene en activo una convocatoria muy ilusionante para hacer un gran mural en un enorme lateral de un edificio en pleno centro de Ribadeo. La iniciativa es muy novedosa para pueblos pequeños como Ribadeo y el ganador del concurso de ideas se llevará 2.500 euros, además de que le pagarán el material necesario para pintar. No hubo muchas ofertas, y es raro, porque es una gran oportunidad no solo de ganar un dinero, sino de reivindicarse como artista.

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