Blog | Recto verso

Aprender a enseñarnos

EN A MARIÑA no hay más remedio que pensar que ahora todo el mundo está haciendo su agosto. Cualquier otra cosa sería un absurdo difícil de digerir. Como los tengo debajo de casa, me fijo mucho en la gente que tiene huerta y lleva sus productos a vender. Cada domingo se celebra lo que sin mucha imaginación llaman Mercado dos Domingos. Tampoco es que necesite mucho más. Consiste en que la gente con producción agraria lleva allí tomates, lechugas, pimientos, frutas variadas y últimamente hasta frambuesas y arándanos. Aparentemente se vende todo bastante bien. Algún establecimiento hasta tiene cola en algunos momentos. En medio hay algún puesto foráneo: quesos, embutidos... Y también alguno exótico pero bienvenido: ostras del Eo.

La idea empezó hace ya muchos años, cuando el actual gobierno municipal era la parte delicada de un bipartito en el que mandaba el PSOE de Balbino Pérez Vacas. Los nacionalistas apostaron en aquel momento por algo que por definición les encanta y no será aquí donde se les critique por ello: potenciar lo local. Impulsaron una asociación que sigue funcionando (A Sucadoira) y es innegable que se nota cierta subida de la autoestima de los productores locales de huerta. Esto puede parecer una carallada, pero es importante.

Una de las lecciones que muchos de nuestros visitantes aprendieron gracias a estos mercados es que, por norma general, los tomates retorcidos y las manzanas con pliegues suelen estar bastante más buenos que los de aspecto impecable que lucen en los estantes de las grandes superficies comerciales.

Y eso ya es mucho.

Hace unos años me hice el sueco mientras ponía la oreja a un grupo de gente de fuera relativamente joven (treinta y tantos) que tenía una conversación sobre el mercado. A una joven impetuosa le parecía una patochada sin interés. Uno de sus acompañantes no estaba tan seguro y decía que era gente de aquí que vendía sus cosas, y no veía qué tenía de malo.

Es fácil deducir que no solo no tiene nada de malo sino que andados los años resulta hasta complicado pensar cómo se buscaban la vida antes de estos mercados.

Muchos venden en el mercado habitual de los miércoles en Ribadeo, pero con el paso de los años parece evidente que ahora venden más los domingos. Al menos aparentemente, habría que ver las cifras de cada cual, que a lo mejor nos llevaríamos una sorpresa.

Desde aquellos primeros pasos que dieron, ahora no hay quien los reconozca. Tienen unos expositores decentes, mandiles encargados adrede y muchos de ellos hasta fueron desarrollando clientes fijos.

Dando por descontado que esto salió razonablemente bien, la pregunta que hay que hacerse es sencilla: ¿no se puede replicar con otras cosas?

El año pasado Mondoñedo lanzó algo parecido que creo recordar que se llamaba el Mercado das Carmiñas. Allí, la gente de las tiendas de los alrededores se plantó un domingo en la Praza da Catedral para vender sus cosas. Hubo magia, algo de música y un buen ambiente para un domingo soleado.

En Cervo llevan también años con un mercado dominical que por definición no puede tener el mismo éxito que en Ribadeo debido a la diferencia de población, pero intentarlo siempre es mejor que quedarse en casa mirando.

Pero lo que habría que ver es si no producimos nada más que patatas y pimientos. Y en caso de que así sea. ¿Qué hay que hacer para venderlo?

Un buen ejemplo de que no solo de huerta se vive por aquí lo podemos extraer de Riotorto. El gobierno saliente puso mucho empeño en sacar de su letargo a los ferreiros, una especie en peligro de extinción.

Se les montó una jornada bastante impresionante en el mes de abril en la que se muestran los secretos que encierra su profesión y en la que queda claro que en sus valles pervive un oficio al que es evidente que desde algunas administraciones no se les está prestando toda la atención que deberían.

Con muchísimo menos, en el vecino municipio asturiano de Taramundi se montaron un tinglado impresionante con el que camelaron a media España y gracias al cual ahora es posible ver cómo por sus callejuelas pasea gente todo el año, incluyendo fines de semana de invierno en los que el clima de Taramundi invita a andar suelto por ahí tanto como el de los Bajos Pirineos. En estas cosas, sin razón aparente, los asturianos suelen andar más avispados que nosotros. Puede que un día acabemos por tomarles la delantera en algo.

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