Opinión

Serge

El lateral africano dice adiós al Lugo y con él se lleva su eterna sonrisa, su enorme implicación, su fútbol y un comportamiento ejemplar

Serge Leuko. XESÚS PONTE
photo_camera Serge Leuko. XESÚS PONTE


Hace años pasé una temporada con mi hermana en Köln, cuando estudiaba en la ciudad bañada por el Rhin. Al volver, fui arrastrando un maletón por medio Madrid hasta llegar a Atocha para coger un autobús. En un momento dado, a la salida del metro, tuve que arrastrar el peso por unas escaleras que parecían el Gavia en pleno verano. La gente pasasaba a mi alrededor, como si mi esfuerzo no fuera evidente. Un joven subsahariano que llevaba una bolsa gigante agarró mi maleta y me ayudó hasta el final. Yo lo miré casi incrédulo, como si no quedara ya gente así en un mundo donde todos van a lo suyo. Balbuceé unas gracias casi inaudibles por el asombro y el chaval solo me sonrió y asintió, como expresando que era lo que había que hacer, que no había motivo para no actuar así.

Cuando pienso en Serge Leuko me acuerdo de aquel chico, de aquellas escaleras y de aquel ejemplo. De aquel comportamiento solidario y humano, de aquel espíritu de ayuda, de aquella sonrisa tímida. Porque el camerunés es más que un futbolista, es uno de esos tipos que merece la pena conocer, de los que cada vez quedan ya menos en cualquier sitio.

Leuko no era solo un lateral derecho internacional por Camerún. No solo fue un carrilero que jugó cuatro años en el Lugo, con una parada previa en el Somozas cedido. No fue solo un jugador valioso por su capacidad defensiva, su trabajo y su implicación. Leuko fue un ejemplo de comportamiento en una actividad que cada vez es más negocio y menos deporte.

Fue un ejemplo de tesón para hacerse un hueco en el fútbol profesional, en una competición de primer nivel como la Segunda española, en su selección; un ejemplo de no darse por vencido con las lesiones o las suplencias, con los sinsabores de las derrotas. Fue un ejemplo de comportamiento dentro del vestuario, donde su presencia significaba siempre que había buenas vibraciones y que todo iría bien.

Creo que fue el periodista polaco Ryszard Kapuscinski el que decía en su libro 'Ébano' que la sonrisa en África era un signo de buena educación. De ser cierto, Leuko era el tipo más educado del mundo, porque la sonrisa fue su marca de agua. Siempre estaba sobre su cara, cuando tuvo que recuperarse de su lesión en el tendón de Aquiles o cuando salvó la categoría, cuando ayudaba a cada compañero o cuando los vacilaba, con Campillo o Kravets como diana de sus bromas.

Leuko fue un tipo de corazón rojiblanco. Nació en Douala, pero bien podría haber nacido en A Milagrosa o en Albeiros. Sufrió como pocos los tropezones del club y se alegró como el que más de cada éxito. Su marcha supone que el buen ambiente baje mucho en el vestuario, que no haya ese refugio de buen humor perenne. Lo llevará a otro club, que será afortunado de tenerlo.

Donde quiera que vaya se llevará su vitalidad su alegría, su sonrisa para ayudar a subir las maletas llenas de éxito al final de la escalera, como algo inevitable, como lo que las buenas personas siempre harán con el impulso de un corazón enorme.
 

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