NO FUE una tarde cualquiera. No fue un partido más de fin de temporada, de aquellos sin sobresaltos, de los que se esperaban con rutina, como el último día de curso antes de las vacaciones.
Ayer hubo hombres hechos y derechos que se secaron las lágrimas, hubo mujeres fuertes a las que se les encogió el corazón.
Hubo niños que disfrutaron corriendo hacia sus héroes, con la esperanza de que la última camiseta rojiblanca fuera suya.
Ayer, sobre el césped o el cemento del Ángel Carro, todos sufrimos la tristeza de tres mitos que se van y asumimos con amargura que no volveremos a disfrutarlos en el verde. Todos vimos que el momento que pensamos que no llegaría finalmente lo hizo.
Fueron demasiados años. Demasiados recuerdos, demasiado bueno todo. Por un momento, como dice esa genialidad que es ‘Black’, de Pearl Jam, todo fue lavado y tauado en negro. Pero solo por ese momento duro. Luego salió el sol, como diría Manolo Preciado, para que todas esas fotos de Pita, Seoane e Iriome sigan en nuestra memoria y sonriamos.
