Opinión

Un nuevo hogar para el comunismo

MI PRIMER CONTACTO con el comunismo fue el día 9 de abril de 1977, Sábado Santo para más inri, cuando una caravana de coches -la mayoría ‘dos caballos’- irrumpió en las calles de Montirón y nos cortó la cena. El jolgorio era importante: agitar de banderas, puños arriba, ruido de claxon, papeles al viento, cánticos... y alteró la tradicional placidez del barrio. Los vecinos salieron de sus casas y, en medio de la angustia de algunos, pude escuchar nítidamente: «son os roxos, son os roxos, os comunistas». «¿Roxos...?», pensé; quería verlos de cerca, lo que no me fue difícil en medio de la confusión general. Me acerqué a uno de los coches y bajó una señora de pelo blanco que estuvo muy simpática conmigo, me acarició la cara y me regaló dos pegatinas rojas -que todavía conservo- con la hoz, el martillo y la leyenda «Partido Comunista de España (PCE)». Años después me enteré de que esa señora posiblemente fuese Enriqueta Otero, María das Dores, una maestra, feminista y activista del partido comunista en Lugo que llegó a desempeñar el cargo de secretaria de Dolores Ibárruri, La Pasionaria, durante la Guerra Civil española. Ahí es nada.

¿Qué había ocurrido ese día? Mi hermana, un pozo de sabiduría que estaba estudiando en Santiago y que además escuchaba la radio, le explicó a los vecinos que el presidente del Gobierno Adolfo Suárez había legalizado el PCE y que eran militantes de ese partido que simplemente lo estaban celebrando. A los más pequeños nos aclaró el porqué se les llamaba «rojos» cuando eran como todos los demás. ¡Bendita inocencia, quién no la perdiera jamás!

El PCE tuvo que vivir desde siempre con el sambenito de no poder liderar la izquierda, sobre todo desde la llegada de la democracia

En efecto, el Gobierno de Suárez llevó a cabo una serie de enmiendas que acabaron con el régimen franquista y abrieron el camino hacia un sistema democrático. El primer paso fue la Ley de la Reforma Política, que recogía -entre otros muchos aspectos- la legalización de los partidos políticos, incluyendo el PCE de Santiago Carrillo. Este osado gesto del presidente del Gobierno provocó en su día la indignación en los cuarteles y en la extrema derecha española, que incluso lo calificó de «traidor», pero supuso la garantía definitiva de que en las elecciones generales de junio de 1977 estarían todos, sin exclusión; esto es, que el campo de juego político sería indubitablemente una democracia.

Ardua historia

Se entiende por lo tanto la alegría de los militantes y simpatizantes comunistas, que estuvieron vagando por el valle de las sombras -como en la novela de Jerónimo Tristante- durante todo el franquismo. Ciertamente la historia del PCE está llena de vicisitudes. Surgió en 1921 tras fusionarse el Partido Comunista Español y el Partido Comunista Obrero Español -una escisión del PSOE, entonces de ideología marxista, formado básicamente por estudiantes, obreros, intelectuales y campesinos disconformes con la socialdemocracia y afines al leninismo-.

Poco tiempo después, durante la dictadura del general Primo de Rivera, fue ilegalizado y en esa condición continuó incluso en la dictablanda del general Berenguer. Con la llegada de la II República en 1931 el partido regresó de la clandestinidad, pero en una situación enormemente precaria. Durante la Guerra Civil española, en la que participó muy activamente con la creación de un Ejército Popular, el partido alcanzó su cénit con 300.000 afiliados -corrían ‘buenos’ tiempos-, pero continuaron sus enfrentamientos con otras formaciones de la izquierda española (CNT-FAI, POUM...) que lo acusaban de posponer la revolución al conflicto bélico y de haber deshumanizado dicho proceso revolucionario.

Es perentorio que las fuerzas de izquierda confluyan en un proyecto común para ser trascendentes, como lo es el número pi

Tras la victoria del general Franco, los comunistas vivieron los momentos más duros de su historia -encarcelamientos, torturas, asesinatos...- y la lucha clandestina de los no exiliados se centró básicamente en el esfuerzo por mejorar los derechos laborales y en la ‘revolución silenciosa’. La dictadura se encargó de estigmatizarlos tanto que el pueblo -Montirón incluido, como hemos visto- los consideraba unos rojos demonios que violaban monjas, quemaban iglesias y raptaban niños para enviarlos a la URSS. Esta es la transcripción literal extraída de la Enciclopedia Álvarez (Ed. 1964), por la que estudiaban los jóvenes de la época: «Los años de la República se caracterizaron por los continuos ataques a la religión y por abusos y atropellos de todas clases... Las causas principales del Alzamiento fueron la necesidad de restablecer el orden en España e impedir que nuestra Patria cayese en manos del comunismo». Sobran las palabras.

Tras este breve flash-back, retomo los acontecimientos en las elecciones generales de 1977, en las que el PCE obtuvo 20 diputados (9,33% de los votos). No estuvieron mal, pero fueron unos resultados muy frustrantes para sus dirigentes, que esperaban más, mucho más. Tal vez ayudó el que la izquierda se presentase extremadamente dividida, y no me refiero solo a los grandes partidos socialistas -el PSOE de Felipe González y el PSP de Tierno Galván-, sino a todas las pequeñas formaciones de ideologías marxistas, maoístas, estalinistas, republicanas...

El PCE tuvo que vivir desde siempre con el sambenito de no poder liderar la izquierda en España, sensación que se ha incrementado desde la llegada de la democracia. Se ha reinventado en numerosas ocasiones, pero invariablemente a la sombra del coloso socialista -sí, sí, me refiero al PSOE-, que en todos estos años ha cautivado a numerosas formaciones, algunas de ellas tradicionalmente más vinculadas con el comunismo. ¿Cuáles fueron los motivos? La continua lucha entre los sectores leninista -ortodoxo y prosoviético- y renovador -moderado y aperturista-, ha marcado el devenir del partido durante todos sus congresos; la abrupta caída del comunismo en la Unión Soviética y en sus países satélite supuso un batacazo evidente; el experimento de abrazar la entelequia llamada eurocomunismo fue un auténtico bluf; la sensación de desunión: Carrillo versus Ignacio Gallego vs Gerardo Iglesias vs Julio Anguita; la condescendencia con el PSOE...

Izquierda Unida, formación promovida por el propio PCE que vio la luz en 1986, tampoco acabó de carburar electoralmente -cuando digo carburar me refiero a incidir de facto en las políticas económicas, sociales, laborales... del Reino de España-, ni siquiera en los grandes momentos de Anguita (1996, 21 diputados con el 10,54% de los votos). Consecuentemente, el haber transmitido desunión y discursos contrapuestos es algo que el electorado no perdonó... ni perdona. Los datos objetivos lo confirman. Sus mejores resultados como IU son los de 1996 y como PCE los 23 escaños (10,77%) de 1979. Poca cosa para influir en la política del Estado, como se ha apuntado anteriormente. Otras veces incluso fueron insignificantes (año 2008, solo 2 diputados y el 3,77%), con Gaspar Llamazares como maestro de la nave.

¿Sombrío panorama? Una de las Leyes de Murphy dice que "Cuando parece que ya nada puede ir peor, empeora".

¿Sombrío panorama el que acabo de describir? Una de las Leyes de Murphy dice que «Cuando parece que ya nada puede ir peor, empeora». Me explico. En las últimas elecciones generales de 2011, con el país sumido de lleno en la crisis económica, la IU de Cayo Lara repuntó ligeramente (11 escaños, 6,92%) y miraba hacia el futuro con cierto optimismo. Poco tiempo después surgió de la nada Podemos, arropado por los ‘sans-culottes’ que ha ido dejando la crisis, y amenazó con llevarse por delante a todo aquel que se situara en el espectro político a la izquierda del PSOE -y a este también- y todo el entusiasmo del partido comunista ha ido mudando hacia la apatía. Aunque el impacto de Podemos ha decaído ahora, la falta de vigor de IU parece evidente. Y en estas aguas en calma se mueve la nave en la actualidad.

El futuro

Me llamó poderosamente la atención Carlos Portomeñe, concejal por Ace -marca que presentó en Lugo EU- en las pasadas elecciones municipales, cuando comentó que «Parece que hai unha epidemia de comunismo», en referencia a que otros grupos políticos querían abrazar dicha doctrina. Pues mejor, ¿no? El futuro del comunismo en España ya no pasa por la refundación de los postulados de IU, que llevó a cabo en 2008: comunismo, republicanismo, federalismo, laicismo, feminismo, ecologismo, pacifismo, anticapitalismo...

Es perentorio que las fuerzas de izquierda confluyan en un proyecto común para ser tan trascendentes como lo es el número pi, que es real porque no es raíz de ninguna ecuación algebraica. Los proyectos individuales de cada formación seguro que son primorosos, pero no parece posible que se puedan aunar sin caer en el océano de las divagaciones y los egoísmos (las ecuaciones, vaya). El éxito reside en plasmar una nueva forma de comunismo -el hogar común de todos ellos- real, tan real como lo es el número pi.

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