Opinión

El Chernóbil nuestro de cada día

TUVE CONCIENCIA por primera vez de la importancia de la ecología cuando un infausto sábado de abril de 1986 saltó por los aires el reactor 4 de la central nuclear de Chernóbil -actual Ucrania, entonces Unión Soviética-, provocando la peor catástrofe atómica de la historia, con un impacto ecológico todavía mayor que el accidente causado por el tsunami que afectó a la planta nuclear japonesa de Fukushima I en el año 2011.

Aquella noche el mundo estuvo incluso en un tris de un desenlace mucho peor y aun así los datos resultan demoledores: los materiales expulsados a la atmósfera fueron unas 200 veces superiores que los liberados por las bombas de Hiroshima y Nagasaki juntas; produjo 31 muertes directas; se detectó radiactividad en al menos 13 países de Europa central y oriental; resultó extremadamente contaminada un área de una extensión casi como Portugal; unas 116.000 personas fueron evacuadas de sus hogares, a los que no podrían volver jamás, ahora convertidos en parajes yermos, baldíos, sin vida... Incluso hoy en día no existen datos concluyentes sobre la incidencia real -que no teórica- de este accidente en la futura mortalidad de la población de esta zona: aumento de cánceres, nacimientos con malformaciones y otros importantes deterioros de la salud.

‘La ecología, con sangre entra’. Así tituló el periodista Rafael Ruiz un artículo hace algunos años que versaba sobre los grandes desastres mediambientales y sobre cómo se había ido articulando el movimiento ecologista en la segunda mitad del siglo XX, primero en los países desarrollados, sobre todo a partir de las propuestas antinucleares, y que ha calado posteriormente en todas las clases sociales del mundo.

¿A qué partido le importa el medio ambiente?, ¿quién lo lleva en su programa?, ¿por qué los políticos rehúsan hablar abiertamente de ello?

En efecto, solo cuando hay un cataclismo ecológico -fuga nuclear, petrolero siniestrado, vertidos incontrolados a gran escala, inundaciones causadas por la deforestación...- la gente reacciona y toma conciencia de que algo tiene que mudar; consecuentemente, los gobiernos de turno ejecutan las correspondientes medidas paliativas y comienzan a hablar de las energías renovables -sí, inagotables, limpias y gratuitas, pero que causan un impacto considerable en el hábitat natural- como la salvación para todos los males. Perdónenme el catastrofismo, pero no vislumbran que ya estamos al borde del precipicio, esto es, que el tiempo se acaba, como se analiza a continuación.

CALENTAMIENTO GLOBAL. Para la mayoría de los expertos, amén de las organizaciones y partidos ecologistas -Greenpeace, WWF/Adena, Ecologistas en Acción, Equo...-, expira el tiempo en que el ser humano pueda abusar más del planeta. El progresivo incremento del efecto invernadero es la causa de un ascenso de temperaturas en toda la Tierra, es decir, un calentamiento global que dará lugar a un aumento de la inestabilidad climática. ¿Cómo? El ascenso térmico y las alteraciones en el régimen de precipitaciones producirán cambios en la distribución de los seres vivos y los cultivos; los bosques tendrán que hacer frente a las sequías e incendios forestales; la fusión de los hielos polares y la consiguiente elevación del nivel del mar podría ser devastadora, ya que afectará a las zonas costeras, donde viven las dos quintas partes de la población mundial...

Los esfuerzos para impedir la amplificación del efecto invernadero deberían seguir concentrándose necesariamente en la reducción de las emisiones de gases que los originan

Utilizo el futuro y no el condicional porque ya se está produciendo. Algunos datos irrefutables: la década 2002-2011 fue la más calurosa registrada en Europa en la historia; 13 de los 14 años más cálidos se contabilizaron en el siglo XXI y la temperatura media española aumentó más de 0,5 grados cada decenio desde comienzos del siglo XX.

¿CÓMO SE PUEDE EVITAR? Los esfuerzos para impedir la amplificación del efecto invernadero deberían seguir concentrándose necesariamente en la reducción de las emisiones de gases que los originan. Preocupa la acumulación del vapor de agua en la estratosfera como consecuencia de la entrada en ella de metano que, al oxidarse, produce agua. Sería importante, por tanto, seguir controlando en lo posible las emisiones de dióxido de carbono y metano, entre otros, así como intentar detener la deforestación de las zonas tropicales y llevar a cabo repoblaciones en las zonas templadas del planeta.

La XX Conferencia Internacional sobre Cambio Climático, celebrada en Perú a finales de 2014, concluyó con el compromiso de ciertos estados para reducir o limitar las emisiones de los gases de efecto invernadero antes de 2030 -China, Estados Unidos o Unión Europea-, disminuir la deforestación -Perú- o incluso donar dinero al Fondo Verde del Clima -Japón-. ¿Son estas medidas las idóneas y van lo suficientemente rápido? Numerosos ecologistas proponen transformar el modelo productivo y de consumo actual, concretamente el energético y el alimentario, con el fin de disminuir el impacto en la temperatura media de la Tierra, pero... ¿quién adquirirá tal obligación? El Protocolo de Kioto (1997), auspiciado por Naciones Unidas, vino a dar fuerza vinculante a los compromisos suscritos en la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro (1992), pero no entró en vigor hasta 2005; en el año 2009 lo habían ratificado 187 países, pero no Estados Unidos, curiosamente el mayor emisor mundial de gases de efecto invernadero. Corolario: la economía y la ecología siempre han estado reñidas, ¿lo seguirán estando?

¿Estos mismos estados son los que deben convencer a los actuales países subdesarrollados o en vías de desarrollo para que sus economías evolucionen siguiendo un modelo de desarrollo sostenible?

Asimismo, desde mediados del siglo XVIII, con la primera revolución industrial, hasta ahora los países desarrollados han estado utilizando combustibles fósiles -primero el carbón, luego el petróleo y el gas natural- y uranio a gogó, contaminando seriamente el medio ambiente en aras del ‘progreso’. ¿Estos mismos estados son los que deben convencer a los actuales países subdesarrollados o en vías de desarrollo para que sus economías evolucionen siguiendo un modelo de desarrollo sostenible? Ejem, ejem... [Silencio].

LA HIPÓTESIS GAIA. El científico inglés James Lovelock (n. 1919), secundado por la bióloga estadounidense Lynn Margulis (1938-2011), aportó a la ecología una suposición revolucionaria, la hipótesis Gaia -en alusión a la diosa griega Madre Tierra-, que considera a nuestro planeta como un gran sistema vivo que se autorregula mediante un complejo mecanismo de control, la homeostasis, para mantenerse en unas condiciones de vida ideales; consecuentemente, ante los cambios medioambientales, la Tierra en su conjunto actuaría para contrarrestarlos y poder mantener su entorno y su propia existencia. A buena parte de la comunidad de eruditos internacional no le gustó esta teoría por su carácter acientífico y por falta de pruebas que la demostraran empíricamente, aunque... ¡ojalá fuese cierta!

¿Qué legado le dejaremos a nuestros hijos, o a los hijos de estos? ¿Un planeta verde y azul u otro ocre y negro?

En cualquier caso, la vida en el planeta no puede estar subordinada a una hipótesis, por muy linda que esta parezca, ya que además de los problemas ecológicos ya comentados, aún queda en la buchaca hablar de superpoblación, erosión del suelo y desertización, gestión de residuos, contaminación de las aguas, pérdida de la biodiversidad... No basta ya con reciclar la bolsa del súper y donar los tapones a una buena causa para así creernos los adalides del ecologismo, sino que debemos exigir a través de nuestros votos que los dirigentes adopten medidas adecuadas. ¿A qué partido le importa el medio ambiente?, ¿quién lo lleva en su programa?, ¿por qué los políticos rehusan hablar abiertamente de ello?

Hace pocos días mi compañera Verónica Núñez escribió un artículo en esta misma sección que rebosaba alegría y optimismo y que aportaba algunas ideas que nos ayudarían a alcanzar la felicidad: tener esperanza, empatía y dedicación con los demás, disfrutar de los pequeños actos de la vida cotidiana... Lo secundo, pero tengo que añadir que esto es efectivo únicamente para hoy; si no pensamos en mañana, ¿qué legado le dejaremos a nuestros hijos, o a los hijos de estos? ¿Un planeta verde y azul u otro ocre y negro? Necesitamos tener decencia ecológica y esto no solo implica impedir que otro Chernóbil se repita, sino también evitar que los pequeños desastres ambientales que se producen cada día -sin repercusión mediática, cometidos a hurtadillas por los que carecen de escrúpulos...- acaben por lacerar lo que nos queda de nuestra otra madre, de la Madre Tierra.

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