Opinión

El anhelo por enseñar... y aprender

EN EL mes de diciembre asistí junto a mi amigo Mariño al acto central para conmemorar los 175 años del Instituto Masculino —hoy IES Lucus Augusti—. El evento fue uno de los muchos que el liceo lucense organizó durante este año académico para celebrar la efeméride, bajo la sabia coordinación del profesor Manuel Celso Matalobos. A los planos discursos de los políticos les siguió una mesa redonda con profesores, exdocentes y exalumnos del centro, que repasaron parte de la colosal historia del instituto y de las innumerables figuras ilustres que formaron parte de él. En las casi tres horas que duró la gala se disertó sobre numerosas cuestiones; algunas trascendentales y otras más triviales; de hecho, todos venían con la maleta colmada de anécdotas, mandatarios incluidos.

Empezaré por las primeras, por las necesidades del instituto en la actualidad, que obviamente son las mismas que las de otros centros de enseñanza media de la comunidad. Comencé a informarme y a hablar con profesores, alumnos y padres para ahondar en este tema, que no es baladí. La educación es uno de los pilares básicos de la sociedad. Es el camino —que no el objetivo—, la herramienta para mejorar y transformar el mundo.

FALTA DE AQUIESCENCIA. Hubo una vez un sueño llamado ‘pacto por la educación’ que se ha quedado en eso, en una quimera. Leyes como la actual LOMCE, como antes la LOE, la LOCE, la LOGSE, la…, no satisfacen a todos. Parecen hechas para no perdurar, ya que nacen sin consenso. Consecuentemente, al cambiar el color político del gobierno, los dirigentes de turno también modifican las normas educativas con independencia de su eficacia.

Todos los agentes coinciden en que hacen falta más medios —esto es, dinero— para afrontar los retos. «Las instituciones que se encargan de la enseñanza deben tener operativos planes de igualdad, de convivencia e inclusión, dotados de medios específicos, materiales y humanos», apuntaba recientemente el profesor del la USC Luís Celeiro. Y es cierto.

1) Los centros afrontan como pueden la diversidad cultural, social y funcional. Los estudiantes llegados de otros países se escalonan por edad, independientemente de su nivel académico. Por falta de recursos tampoco se puede hacer un apoyo específico para ciertos estudiantes, algunos procedentes de familias desestructuradas, y otros con necesidades especiales (down, autismo, asperger...). Sólo potenciando los departamentos de orientación e involucrando a las familias, mediante un seguimiento continuo de cada alumno, se conseguirá la integración total.

2) La irrupción de las nuevas tecnologías (móvil, internet...) ha causado en algunos alumnos una clara dificultad para relacionarse entre ellos y unos hábitos de vida poco saludables. Ven el sistema educativo un poco aburrido y el modelo de sociedad que hemos ido creando tiene mucha responsabilidad. En general, los estudiantes de secundaria son cada vez más inmaduros y menos autónomos; los padres de hoy están más pendientes de los estudios de sus hijos que ellos mismos, lo que a la larga es perjudicial. A estas edades los jóvenes alumnos ya deberían planificar su propia agenda (hacer deberes, programar horas de estudio, elaborar trabajos, asistir a otras actividades, salir con los amigos...), no sus familias.

3) Este uso y abuso de las redes sociales además ha acrecentado un problema que ha existido siempre, el acoso escolar. La escritora Rosa Montero, en un genial artículo titulado ‘Volando hacia la muerte’, afirmaba que «la verdadera culpa del bullying está en los adultos perezosos y cómplices, en el profesorado, los padres y las instituciones». Es decir, una vez más en el tipo de mundo que hemos ido creando entre todos, con muchas leyes para casi todo pero con escasos valores morales. ¿Qué ejemplo podemos darle a la juventud actual si somos los adultos los que nos despellejamos en Twitter, especialmente la clase política, que se ha percatado del gran poder de las redes? Los chavales están a un mero ‘clic’ de vituperar al compañero y lo saben. Y (casi) nadie hace nada.

4) El anterior ministro de Educación y Cultura, Íñigo Méndez de Vigo, retomó a principios de este año la vieja idea de implantar un modelo de acceso a la docencia similar al MIR, que tendría dos años de duración. Muchas voces se han alzado a favor y en contra y no pretendo abrir aquí este debate. Ahora bien, como en todos los ámbitos de la vida, en la enseñanza hay buenos y malos profesionales. Esto es, quien se involucra en la educación de sus alumnos y quien no tiene más compromiso que el ‘líquido a percibir’. El catedrático en Derecho Administrativo Jaime Rodríguez-Arana se hacía las siguientes preguntas: «¿Es que es justo y razonable que un profesor que consigue motivar a sus alumnos reciba el mismo sueldo que quien no es capaz de ilusionarlos por aprender? ¿Cómo se puede medir la iniciativa del profesor por provocar la atención y la curiosidad intelectual de sus estudiantes?». La contestación positiva —apuntaba— tropezaba normalmente con la oposición de los sindicatos, reacios a las diferencias y a todo los que sea introducir rivalidades entre los profesores.

A contrario sensu, ¿qué medidas correctoras se podrían implantar para que un funcionario del Estado que no hace bien su labor pueda ser sancionado? ¿Una inspección más eficiente y con menos corporativismo? Dejo aquí esta controversia y paso al siguiente punto.

5) El actual director del IES Lucus Augusti, Juan Carlos Fernández Naveiro, reconocía en una entrevista que el centro necesitaba «muchas cosas, algo tan básico como una mejor instalación eléctrica y conexiones de red que no fallen en cada momento». Estas consideraciones nos llevan de nuevo al principio: faltan recursos. Hace falta invertir más, tanto en medios físicos como en formación; por ejemplo, no hay una actualización eficaz del profesorado hacia las nuevas tecnologías, más allá de cursos de 20 horas de duración.

NECESARIA CONSIDERACIÓN. Todos los agentes involucrados en la educación secundaria deberían reflexionar y remar en la misma dirección, que no es otra que buscar la mejor preparación posible para los alumnos, en el sentido más amplio de esta expresión. Los sistemas educativos menos eficientes son los que están más burocratizados, manejados por ciertos colectivos cuya preocupación es no perder su posición más que fomentar la calidad de la enseñanza, como articulaba Rodríguez-Arana.

¿Cómo ha hecho Finlandia para obtener unos resultados educativos sobresalientes si sus jornadas son más cortas, sus vacaciones más largas, y sus deberes y exámenes escasos? Porque en el país nórdico han apostado fuerte por la educación pública de calidad, que es gratuita, atiende las necesidades físicas y pedagógicas de profesores y alumnos, apuesta por la innovación y las nuevas tecnologías y —sobre todo— se fundamenta en el consenso. Todos importan; todos aportan.

En España parece que lo público carece de importancia y, consecuentemente, no lo cuidamos lo suficiente e incluso algunos lo desdeñan sin más. No está de más recordar que una enseñanza pública y gratuita es la condición necesaria para que la educación siga siendo un derecho garantizado por la comunidad social, a través de su financiación pública, para avalar la igualdad de oportunidades para todos.

AÑORANZA. Yo estudié en el Masculino. Pertenezco a la generación 1981-85 y siento una parte de la historia de este centro como propia. Ya sé que cuatro años entre 175 no representan gran cosa, pero para mí —y me consta que para la gran parte de muchachos que compartieron sus vivencias conmigo— significan mucho. En esas aulas aprendimos Latín con Amable Veiga, Matemáticas con Honorato, Historia con Vilela, Física con Cesáreo Fouz o Filosofía con Orozco, pero también nos formamos como personas. Comprendimos el significado del compañerismo en una etapa crucial de la vida; de hecho, los amigos que hice entonces son los amigos que tengo ahora. «Otros han ido llegando, pero aquéllos se conservan», como dijo el editor Henrique Alvarellos —exalumno también— aquel día de diciembre durante su intervención en el acto central por el aniversario del centro.

Miro hacia atrás, busco entre mis recuerdos y sólo encuentro felicidad, a pesar de todos los avatares vividos en el instituto en aquellos atribulados años 80. Miro hacia adelante y, pese a los muchos retos y dificultades que describo en este artículo, soy optimista. El Masculino continuará ahí, forjando a las generaciones del mañana, porque su principal activo, su bien más preciado, no son sus valiosos tesoros materiales —museo, archivo, biblioteca...—, sino lo intangible: el afán por enseñar... y aprender.

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