Opinión

Para Carlos

HAY TIPOS que, sencillamente, merecen la pena. Tampoco digo que muchos, pero algunos hay. Tipos de esos que cuando se van te duelen adentro, con una pena que no sabes cómo dividir, una parte por ellos pero otra por uno mismo, porque ya no los podrás disfrutar. Carlos Vilares es uno de estos tipos, de esos que se van a echar en falta.

Habrá quien piense que no, solo faltaba, aunque yo no lo conozco. Ni ganas que tengo. Sí que me llamaba la atención que siendo un empresario de la construcción, un sector tan odiado muchas veces con razón y otras por devoción, me salieran al paso tan pocos enemigos suyos, y más en una ciudad pequeña como Lugo, donde lo que sobra es mala baba. Dicen que tenía fama de constructor serio y cumplidor, y algo de eso debía haber para que pudiera aguantar en pie la crisis que derruyó tantos imperios de cemento.

Los que conseguían superar la pantalla de educación y afabilidad tras la que ocultaba su discreción y prudencia le habrán oído decir cosas como «yo no especulo, disfruto construyendo», o se habrán enternecido con su empecinamiento en «cambiar la sociedad, aunque sea a poquitos». Y sabrán del su orgullo al presumir de que siempre prefirió salir de un negocio con la cabeza alta que con beneficios. Y eso que tonto no era. Tenía facilidad para encontrar esos beneficios y una capacidad de trabajo que lo mantenía siempre en activo, siempre al acecho. Será que la vida tampoco se lo puso fácil y que lo suyo fue buscarse las habichuelas desde muy pronto. De su etapa de profesor arrastraba una preocupación por el bien común, un predisposición a formar y enseñar a quienes le rodeaban y una permanente curiosidad por todo.

Yo me aprovechaba de esa curiosidad hasta con avaricia. Los ratos con él siempre sentaban bien porque nada le era ajeno, sabía argumentar sobre lo que conocía y escuchar sobre lo que ignoraba. Y, sobre todo, porque tras esa imagen de seriedad que se imponía en sus negocios escondía un sentido del humor y una vocación para el cachondeo en la que los demás podíamos reconfortarnos. 

Me duele que Carlos se haya ido. Por él, porque ya no podrá disfrutar de su mujer y sus hijas, porque acababa de llegar su nieto Xoel, porque confiaba en que volverían mejores tiempos y trabajaba para ello. Pero también por mí, porque merecía la pena y a ciertas edades ya no nos van quedando tantos de esos. Te echaremos de menos, Carlos.

Comentarios