Opinión

Suerte, alcalde

HACE UNOS AÑOS, no recuerdo cuántos, quizás seis o siete, el gobierno de José Lopez Orozco encargó a una prestigiosa agencia catalana lo que a partir de ese momento conocimos como Plan de Mobilidade. Se trataba de imaginar el futuro de una ciudad amable para el ciudadano, ordenada en su circulación, eficaz en su transporte urbano, un Lugo del que presumir.

Este diario consiguió acceder a las líneas maestras de ese plan, y con ellas y consultando con urbanistas, transportistas, taxistas, asociaciones de vecinos y demás partes implicadas, publicó una serie de informaciones que hablaban de plazas convertidas en parques de juego infantil sin riesgo, de zonas con la velocidad limitada a diez por hora, de una Ronda da Muralla peatonal en su mayor parte, de intercambiadores de buses urbanos... Un Lugo posible.

Un par de días después de publicarse esa serie de informaciones, la pantalla de mi móvil identificó una llamada desde el número de Orozco. Era para felicitarme y animarme, y tal vez para felicitarse y animarse, a seguir "facendo cidade". "Pase o que pase", dijo, "non te deixes vencer. Que non te poda Lugo".

Pese a que los últimos años se les hayan hecho demasiado largos a él y a Lugo, Orozco deja una ciudad mejor que la que se encontró

Lo recuerdo perfectamente porque tiempo después, en otra de sus llamadas, en esa ocasión no precisamente amistosa, fui yo quien utilicé la frase para sacudirme de encima la presión: "Alcalde, solo trato de seguir el consejo que me dio una vez una persona a la que respeto, no dejar que Lugo me pueda".

Ese era Orozco, alguien tan cercano como para hacerte sentir escuchado y tan iracundo como para retirarte el saludo por una crítica mal encajada. Pura pasión. Por Lugo, por supuesto, como expresaba con verdad su último eslogan electoral, pero también por él, que con el tiempo llegó a identificar de tal manera su figura con la del cargo que ocupaba que confundía cualquier ataque a su gestión con un ataque contra la ciudad misma.

Yo lo entiendo. No lo disculpo, pero lo entiendo. No podía ser de otra manera en un político de su magnitud y en una persona de sus convicciones que pasa dieciséis años en el cargo. Al final, se nos hicieron demasiado largos, tanto a nosotros como a él. Porque dieciséis años en la alcaldía son para Orozco muchos más de los que podemos pensar: son dieciséis años minuto a minuto, hora a hora, todos y cada uno de los días, entregado a una obsesión y, al final, atrapado por ella, hasta no contemplar otra realidad que no sea esa, hasta perder incluso la capacidad de imaginarse a sí mismo en otro lugar, o de imaginar a cualquier otro en su lugar, hasta confundirse con la ciudad misma.

Y durante bastantes de esos años hasta consiguió, incluso mereció, que la propia ciudad se viera a sí misma reflejada en la figura de su alcalde, que Lugo creyera ser Orozco, en una comunión improbable que tenía bastante menos que ver con la política o las ideologías que con las personas. Era un asunto entre ciudadanos, de tú a tú, entre iguales.

Son 16 años entregado a una obsesión y, al final, atrapado por ella

Orozco supo decir a los lucenses lo que necesitaban oír en esos momentos de miradas grises y baja autoestima: que Lugo merecía la pena, que había una esperanza y un futuro y un orgullo, y que podía ser nuestro con solo desearlo de verdad, a poco que lo intentásemos juntos. Y funcionó.

Ese será con toda seguridad su gran legado, lo que ninguna imputación podrá arrebatarle. Lástima que en esa confusión última de los años de sobra no entendiera que no era Lugo quien estaba imputado, sino él. Y por sus errores, que los hubo. Si no fue por acción, por omisión.

Estoy personalmente convencido de que Orozco no se llevó a su casa un euro que no fuera suyo, pero la responsabilidad de un político va mucho más allá de eso, y más cuando se trata de uno que ha elegido una manera de actuar, de ser, tan extremadamente personalista.

También estoy seguro de que, con el tiempo, Orozco será recordado como un buen alcalde. Y creo, como él, que no tuvo el adiós que merecía, pero que no es culpa de los lucenses, sino de quien no acertó a ver el momento de marcharse.

No tengo motivos para pensar que su salida ahora no pueda ser tan provechosa para todos como su llegada en aquel lejano entonces. El Plan de Mobilidade sigue en el cajón, Orozco ni se atrevió a presentarlo. Parece que, al final, le pudo Lugo. Pero si algún día se pone en marcha, habrá sido en buena medida porque Orozco ayudó a que esta ciudad se atreviera a imaginar un futuro mejor, un futuro posible. Suerte, alcalde, y suerte, Lugo. Que no es lo mismo.

Comentarios