Opinión

Medicina contra la estupidez

CUALQUIER ESTUDIANTE de primero de Periodismo sabe, y cualquier lector de periódico de tantas veces como se ha contado, que noticia no es que un perro muerda a una persona, sino que una persona muerda a un perro. Algo tan básico, sin embargo, se ha ido diluyendo entre tanto periodismo espectáculo e infantilización de la información, como la entradilla o la separación entre información y opinión, hasta convertirse en una rareza, casi en noticia.

Tal vez por eso ha provocado tanto revuelo el anuncio de la Universidad de Barcelona de que va a eliminar el máster en homeopatía que venía impartiendo desde 2004, ante la "falta de base científica". El hecho realmente noticioso, el hombre mordiendo al perro, era sin embargo la existencia de ese máster en una de las principales universidades públicas españolas. No solo en esta, también los centros universitarios de Zaragoza, Valencia o la propia Uned ofrecen enseñanzas regladas sobre una disciplina que algunos han dado en llamar pseudociencia y que ni a eso llega, pues su base científica está tan diluida que no es mayor que la de la astrología, el reiki o la lectura del futuro en las entrañas de los pájaros.

Esa es, precisamente, la base de la homeopatía, la disolución. Se trata básicamente de diluir en agua con azúcar dosis extraordinariamente pequeñas del principio activo, bajo la idea de que cuanto menos quede de ese principio activo, más cura. Para evitarnos la habitual verborrea pseudocientífica que suelen desarrollar los charlatanes que la defienden y practican, vayamos a un ejemplo más a mano: cogemos un euro y lo dividimos entre cien; luego cogemos cada uno de esos céntimos y los dividimos a su vez entre cien; y luego repetimos la división con cada una de las partes que nos queden, varias veces. Pues bien, según los principios de la homeopatía, con lo que te quede al final de ese euro podrías bajar al supermercado y hacer la compra tranquilamente.

El hecho noticioso no es que se elimine un máster de homeopatía en una universidad pública, sino que existiera

La multinacional francesa que domina este mercado, Boiron, ha tratado de minimizar el daño que haya podido causar la anulación del máster universitario con una comparecencia pública de su directora general, Valérie Poinsot, que despejó cualquier duda: reconoció que ni sabe cómo funcionan sus productos ni tiene una sola prueba de que funcionen. Pese a ello, defendió que un tercio de los españoles han utilizado estos remedios, sin poder aportar tampoco ningún dato que avale esa afirmación.

Tampoco parecía muy preocupada, consciente sin duda de que la estupidez humana no necesita datos que la sustenten. Boiron ya tuvo que pagar en 2013 una indemnización de 12 millones de dólares en Estados Unidos para evitar una demanda colectiva por publicidad engañosa de sus supuestos remedios. En aquel caso quedó patente que cuatro de sus principales compuestos no tenían el más mínimo efecto para tratar las enfermedades para las que eran recomendados. Uno de ellos, que supuestamente era mano de santo para la gripe, estaba hecho a base de corazón y cerebro de Cairina moschata, una raza de pato. Daba lo mismo, porque disuelto una y otra vez en agua, tampoco quedaba el más mínimo rastro, ni de pato ni de cerebro.

Pero no es guerra fácil de ganar. Desde hace décadas existe un movimiento internacional compuesto por médicos, científicos y simples ciudadanos hartos de tanta patochada que trata de alertar y combatir la progresiva infiltración de las empresas productoras de estos remedios en la sociedad. En algunos casos, hasta están conquistando espacios en los sistemas sanitarios.

Hay farmacias que la venden, como demostración científica de que no hay placebo más poderoso que el del dinero

Si no fuera tan grave y descorazonador, sería hasta ridículo. La fundación de James Randi, uno de los más reputados activistas en contra de la homeopatía y otras supercherías, ofrece desde hace años un premio de un millón de dólares a cualquiera que puede presentar una prueba científica de que estos remedios funcionan, siquiera mínimamente. Nadie ha reclamado el premio, será porque los homeópatas andan sobrados de pasta. Randi estuvo en España dando una conferencia invitado por una asociación implicada en este compromiso. Mientras hablaba ante las cámaras de televisión, el organizador de esta conferencia desembaló una caja de pastillas homeopáticas para conciliar el sueño; se las fue tomando una a una con agua hasta acabarse las cuarenta que contenía el envase, sin que tuviera que ser evacuado de urgencia camino de un lavado de estómago. Como único efecto, le quedó un pastoso sabor dulzón en la boca. Mientras el vendedor se puede permitir hacer negocio sin dar ninguna explicación, personas sensatas y preocupadas por el bien común se tiene que prestar a dar estos espectáculos.

Y ni aún así. Pese a todo, se calcula que el sector factura unos sesenta millones de euros al año solo en España. Sesenta millones en agua con azúcar, que es el componente básico y casi único de la mayor parte de estos productos, en sus diferentes presentaciones. Hay todavía asociaciones médicas que amparan la homeopatía, y farmacias que venden estos productos, como demostración científica de que no hay efecto placebo más poderoso que el del dinero.

Es verdad que cada uno es libre de llevar su estupidez hasta el punto en que se encuentre cómodo. Pero lo más grave de todo es que muchas de las personas que recurren a estos remedios llegan a ellos llevados por la desesperación, buscando una solución casi mágica a enfermedades reales, y que muchas de ellas incluso interrumpen o directamente renuncian a los tratamientos médicos convencionales y probados científicamente. Lo grave no es que la homeopatía sea un timo que no tiene eficacia alguna, sino que es el único compuesto de agua con azúcar que puede causar la muerte.

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